Interfase (La luz de la muerte)
11
Sep
Por Sinesio Darnell
En algún lugar entre la vida y la muerte existe una zona donde las fronteras se difuminan y nada es lo que parece. Es la interfase, un estado a medio camino entre lo físico y lo espiritual, entre lo tangible y lo intangible. El estudio de este fenómeno puede aportar la tan buscada explicación a los interrogantes que tradicionalmente se ha formulado el ser humano respecto al tránsito hacia el otro mundo…
Hace ya algunos años, se expuso una
incipiente hipótesis sobre la interfase. Esta teoría nació de la idea de
que dos cosas tan diametralmente opuestas como un mundo físico
tridimensional y otro intangible donde el concepto de dimensión es
seguramente inexistente, no podían estar en contacto directo. Entre
estos dos polos debería existir algo que, compartiendo propiedades de
ambos, coadyuvara a mantenerlos en una relativa unión. Esta zona
intermedia fue llamada interfase. Con el propósito de conducir a una
mejor interpretación del concepto haré una elemental compa ración
poniendo un ejemplo práctico. Por mucho que intentemos homogeneizar una
mezcla de agua y aceite, tarde o temprano ambos componentes se
separarán, ya que no son miscibles por su diferente naturaleza química.
Al desligarse forman dos capas superpuestas que se denominan fase acuosa
y fase grasa. Pero, pese a lo que nos pueda parecer, el aceite y el
agua no se encuentran en íntimo contacto, ya que las moléculas de una y
otra sustancia se repelen mutuamente. La zona entre las superficies de
dos líquidos no miscibles recibe el nombre de interfase. Ciertos agentes
químicos -denominados tensoactivos- que tienen afinidad con el agua y
el aceite, actúan como intermediarios capaces de lograr que la mezcla
sea permanente -al menos durante un tiempo- y que las fases no separen.
Conceptuemos al hombre como un ser dual,
con una fase física densa y pesada, y otra espiritual, liviana, sutil y
energética. El hecho de que, durante la vida, ambas permanezcan unidas
nos hace suponer la existencia de un cuerpo intermedio, con propiedades o
características de la una y la otra, que actúa como anclaje. Este
estado ha recibido diferentes nombres: doble intangible, cuerpo astral,
cuerpo de anclaje, cuerpo bioenergético, cuerpo de resurrección, cuerpo
fantasmagórico, etc. Podríamos decir de una forma muy elemental que
sería como “algo” que, si imagináramos provisto de dos manos, con una se
asiría al cuerpo físico y con otra al intangible, actuando como
pegamento entre ambos. Cuando el proceso de envejecimiento nos hace
perder las condiciones que permiten el correcto funcionamiento del
organismo, el cuerpo espiritual se suelta al llegar la muerte, escapando
conjuntamente con el Yo trascendental o superior, y pasando a otros
estadios a los cuales nos referiremos seguidamente.
Interfase personal
Ese estado o cuerpo intermedio entre el
anímico y el físico, que algunos investigadores actuales califican de
suprafísico, parece haber sido detectado en más de una ocasión por
diferentes métodos experimentales, con lo cual ha dejado de ser una mera
especulación o divagación subjetiva. Una de las primeras noticias que
tenemos de estas experiencias son los trabajos del Dr. McDouglas y sus
colaboradores. Este médico determinó que en el momento de la muerte
todas las personas experimentan una instantánea pérdida de peso cifrada
en 2,5 onzas (unos setenta gramos). Este hecho fue comprobado mediante
siete experimentos diferentes.
Se ha intentado dar explicaciones físicas
al fenómeno, pero ninguna de ellas ha podido aportar una interpretación
convincente. Por ejemplo, se intentó esclarecer diciendo que podía ser
debido al aliento que expiraba el moribundo en el momento de la muerte.
Esto no es posible porque la capacidad media de los pulmones es de unos
cuatro litros y medio, de los cuales en el último suspiro no expulsamos
más de un tercio, cantidad muy alejada del peso indicado. No sólo el
mencionado doctor realizó este tipo de experiencias. Posteriormente
tuvieron continuación en Holanda. Y ahora, en esta década, se están
llevando a cabo ensayos sobre el tema con el máximo rigor posible en
algunos centros.

Fotografías
de Baraduc, tomadas en 1907 durante la muerte de su esposa Nadine; la
primera a los 15 minutos de exhalar el último suspiro, y la segunda 45
minutos después.
Ante lo dicho nos preguntaríamos: ¿Tiene
peso el alma? Naturalmente, nuestra respuesta tiene que ser negativa.
Pero recordemos la existencia de ese cuerpo intermedio que mantiene
unida la fase física con la anímica y que, según algunos autores, está
constituido por algo no enteramente material o ‘’suprafísico‘’, concepto
este último un tanto difícil de concebir con nuestros conocimientos.
Debemos recordar a Alice A. Bailey, que en su obra El alma y su
mecanismo nos dice:
“La materia es energía en su forma más densa; el espíritu, en su aspecto más sublime”.
Por ello, y aceptando este concepto,
podría explicarse la mencionada pérdida de peso como producida por el
desprendimiento de esta parte casi material. Desde los tiempos del
Doctor Hippolyte Baraduc -que obtuvo impresionantes fotografías en el
momento de la muerte de su hijo, y posteriormente de su mujer- hasta
nuestros días, ha proliferado mucho este tipo de imágenes. Por
desgracia, sabemos que se trata de un terreno en el cual las
manipulaciones fraudulentas son el pan nuestro de cada día. Sin embargo,
hay algunos casos que nos ofrecen absoluta garantía. Las imágenes 1 y 2
pertenecen a esta última categoría. Se realizaron minutos después del
fallecimiento de una anciana. Si bien he obtenido permiso para su
publicación, me reservo el nombre de la fallecida y el lugar donde fue
realizada la experiencia. La luminosidad, captada por la película pero
invisible para el ojo humano, escapa perpendicularmente al cuerpo. En la
segunda imagen, la extraña luz se desvanece. ¿Se trata del cuerpo
moroncial, considerado como el soporte del Yo transcendental, y
constituido por una substancia suprafísica?… Sólo una investigación
objetiva y realizada por expertos podrá aclararlo algún día. Un dato a
tener muy en cuenta: cuando se consiguen fotografías como las recogidas
en el presente trabajo, siempre ha sido con el empleo de flash y en
ningún caso las personas presentes en el experimento han podido ver nada
en el momento de disparar la cámara, como si estas radiaciones se
hallaran fuera de nuestra área de percepción visual.

Imagen izquierda (1): Luminografía sobre el cuerpo de una recién fallecida (dos o tres minutos).
Imagen derecha (2): Minutos después, la luminografía se desvanece.
Imagen derecha (2): Minutos después, la luminografía se desvanece.

Fragmento
de la imagen izquierda con la zona de la luminografía más cercana al
cuerpo de la fallecida (pecho). Imagen central: Al intentar resaltar los
bordes, éstos no solo no aparecen, sino que, por contra, la
luminografía pierde intensidad. Imagen derecha: El relieve de la
luminografía es prácticamente nulo. Obsérvese parte de la silla en el
ángulo superior derecho.
Sin embargo, sí se conocen casos en los
cuales se ha podido observar una luz apalescente en el momento de la
muerte. El doctor Robert Hollier, en su libro Los secretos del principio
del fin, narra dos casos en los que en el momento de la defunción se ha
podido percibir cierta luminosidad. Uno de ellos ocurrió años después
de terminar la Primera Guerra Mundial, y es el de una joven que murió de
tuberculosis en el hospital donde el Dr. Hollier prestaba sus
servicios. En el momento del deceso vio perfectamente cómo la habitación
donde se encontraba la enferma se iluminaba. Hollier, que llamó a este
efecto “luz primigenia”, termina su relato diciendo: “Ha muerto en la luz; y esta luz, yo la vi, iluminó su habitación”.
Otro caso célebre es el de Anna Monaro,
quien, según nos narra Olivier Leroy, ingresó en el hospital aquejada de
fuertes ataques de asma. Antes de morir se observó en repetidas
ocasiones que de su pecho emanaba cierta luminosidad. El doctor Protti
filmó una película compuesta por 54 fotogramas dónde quedó reflejado el
fenómeno. En el informe, que fue publicado en The Times el 5 de mayo de
1934, el doctor Protti intentó dar una explicación química -y por lo
tanto racional- al fenómeno. Sus explicaciones fueron criticadas con
gran severidad, sobre todo por el doctor J. B. Bateman, quien afirmó que
las luminiscencias observadas en Anna Monaro se debían obviamente a un
fenómeno extraordinario. La autora de la celebre obra Mujercitas, Louise
May Alcott, contó en cierta ocasión que estando junto al lecho de
muerte de su hermana pudo observar, al fallecer ésta, el desprendimiento
de su pecho de una pequeña nube que ascendió por la habitación hasta
desvanecerse; el médico que la asistía también fue testigo del hecho.
Nos encontramos pues ante fenómenos objetivos que, sin lugar a dudas,
han de tener una explicación, bien sea ortodoxa o transcendental.
Interfase general
Llevando el concepto de interfase a otra
escala, debemos y podemos admitir que entre nuestro mundo físico y el
etéreo al ser tan diametralmente opuestos debe existir una interfase que
algunos expertos denominan “tierra de nadie” o “zona de acomodación”.
El matemático alemán Dr. Hans exponía hace pocos años su teoría de que
nuestro mundo esta en realidad compuesto por seis dimensiones: tres
lineales, una cuarta dimensión espacio temporal y dos dimensiones
psíquicas. Podríamos pensar que dichas dimensiones albergan el famoso
“túnel negro” al cual se refieren las personas que han tenido
Experiencias Cercanas a la Muerte (ECM) y que podría ser considerado
como un camino que cruza la interfase existente entre nuestro mundo
físico y el que denominamos “astral”, algo aceptado por prestigiosos
estudiosos del esoterismo, como el doctor Gérard Encausse.
Las ECM han sido y son muy debatidas. Los
racionalistas extremos intentan explicarlas atribuyéndolas a estados
alterados de conciencia producidos por causas como la medicación, la
temperatura corporal elevada, la falta de oxígeno, la abundancia de
anhídrido carbónico en la sangre, el pánico ante la muerte y así una
larga sucesión de circunstancias… La realidad es que nada de ello ha
sido demostrado, sino más bien todo lo contrario. El prestigioso
cardiólogo norteamericano Michael Sabom, determinó los niveles de
oxígeno, en sangre de un paciente que se encontraba en una ECM. El
resultado fue sorprendente, pues quedó demostrado que en ese preciso
instante el nivel de oxígeno lejos de haber disminuido estaba un poco
por encima de lo normal, lo que descartaba la intoxicación sanguínea por
exceso de gas carbónico. La apreciación de un túnel negro que es
atravesado con una sensación de flotabilidad, y al final del cual se
observa una poderosa luz, también se ha intentado explicar como un
recuerdo del nacimiento.
Al nacer descendemos por el cuello
uterino hasta salir al exterior, donde por primera vez la luz hiere
nuestros ojos. En el cerebro queda registrada esta impresión, que
afloraría en el momento de la muerte como un visceral deseo de volver al
claustro materno. Esta teoría ha sido hasta hace poco admitida por
algunos investigadores, pero en la actualidad es descartada totalmente
con argumentos como los expuestos tras una laboriosa investigación por
el doctor Becker, profesor de la Universidad del Sur de Illinois:
- En el momento de nacer no tenemos capacidad de retener dicha experiencia en la memoria.
- La luz tiene que tener un contraste superior al 70 por ciento.
- La visión de un recién nacido es angular, razón por la cual no puede tener una visión frontal lo suficientemente amplia.
- El cerebro, aún poco desarrollado, no esta preparado todavía para retener información.
ECM, fenómeno transcendente
Las experiencias al borde de la muerte
son mucho más frecuentes de lo que podemos imaginar. Un trabajo
estadístico realizado por George Gallup demuestra que ocho millones de
norteamericanos, han experimentado ECM’s, cifra que representa una de
cada veinte personas. La inmensa mayoría de los investigadores que
trabajan sobre ECM admiten la condición trascendental del hecho. Claro
esta, me refiero a los investigadores de campo, no a quienes opinan
desde sus poltronas. No obstante, debemos admitir que aún restan dudas
sobre la causa de este fenómeno… pero no es menos cierto que si
pudiéramos colocar en los platillos de una balanza las pruebas de la
transcendencia y las explicaciones racionalistas, la balanza se
inclinaría indiscutiblemente hacia lo transcendental o espiritual del
hecho.
Las primeras noticias de experiencias
hechas con rigor y fundamento en busca de la interfase datan del siglo
XVIII. Humphry Davy, famoso químico y eminente hombre de laboratorio,
tenía cierta inclinación peligrosa a la experimentación consigo mismo.
Deseoso de conocer qué se escondía tras el hecho de morir, probó en su
propio organismo el efecto del protóxido de áloe en diferentes dosis que
aumentaba paulatinamente hasta que, finalmente, perdió la conciencia a
raíz de un aparente paro cardíaco. Fue declarado muerto. Repentinamente,
y con gran asombro de los médicos que le atendían y de quienes le
rodeaban, “volvió a la vida”. Las explicaciones de lo que le sucedió
fuera del cuerpo coinciden perfectamente con las dadas por los miles de
personas que han sufrido experiencias cercanas a la muerte. De continuar
las investigaciones por el sendero actual, tendremos que aceptar la
existencia de la interfase, delimitada en un principio por las dos
dimensiones psíquicas que nos anunciaba el gran matemático alemán Hans.
Ahora podríamos empezar a aceptar que algunos fenómenos mal llamados
“sobrenaturales” proceden de la interfase o zona de acomodación. Existe
la opinión de que cuando el Yo trascendental o “cuerpo glorioso”, según
la tradición esotérica, atraviesa la interfase y se incorpora al
universo puramente espiritual o celestial perdiendo toda las
posibilidades de entrar en contacto con nosotros (salvo excepcionales
casos). Ahora bien, según los iniciados, la interfase está dividida en
planos en los que quedan retenidas las almas en consonancia a su
comportamiento en la Tierra; por decirlo de alguna manera, según el
lastre de pasiones y bajos deseos con el que hayan abandonado la fase
terrena. Los Rosacruces denominan a este cúmulo de bajas pasiones
“cuerpo del pecado” y piensan que conserva el recuerdo de su Yo. pasando
a formar, junto a otros restos menos pasionales, lo que se conoce como
“cascarones”. Estas “cortezas” tienen capacidad de hacerse visibles, ya
que al parecer las apariciones fantasmales se deben a ellas -como muy
bien nos explica Franca Feslikenian en su obra Los fantasmas existen-, y
otras veces son susceptibles de ser reflejadas en fotografías. Tanto si
son perceptibles a simple vista como si aparecen sorpresivamente al
revelar una película fotográfica, representan una presencia de cierta
corporeidad, y por lo tanto, con un peso determinado.
Si el alma permanece retenida en una u
otra zona de la interfase, ello dependerá de cómo haya sido su evolución
y comportamiento en vida. En opinión de los grandes iniciados, las
almas más bajas quedan pegadas a nuestro mundo material conjuntamente
con sus “cuerpos pasionales”. Poco a poco van dándose cuenta de su nuevo
estado y perdiendo interés por las cosas terrenas. Por ejemplo: una
persona que haya dedicado su vida a acumular bienes materiales padecerá
un gran sufrimiento al no poder disfrutar de ellos en la interfase. El
padecimiento hará que poco a poco pierda interés por sus “tesoros”, y el
desinterés provocará que el lastre de su codicia vaya desprendiéndose,
pudiendo así ir ascendiendo a planos más elevados. Las almas de personas
evolucionadas alcanzaran estadios superiores en la interfase desde un
principio.
La tradición asegura que son muy pocas
las personas que no se detienen en la interfase, alcanzando el “Todo
Glorioso” inmediatamente después de la muerte física. En sánscrito se
conocen con el nombre de Dwidja a aquellas personas que gracias a sus
características conocen la realidad terrena y la gloriosa sin necesidad
de tener que cruzar la tierra de nadie. Si aceptamos como realidad la
interfase, y por tanto, la idea de una vida post mortem, cabría admitir,
por ejemplo, que la parte real de la práctica mediúmnica podría
proceder del contacto con diferentes entidades de esa zona de
acomodación.
Como ya hemos mencionado en otros
trabajos, las psicofonías poseen en su inmensa mayoría un cariz de
tristeza, de desorientación… Quizá porque la entidad que contesta se
encuentra en las zonas más bajas de esa tierra de nadie. Cierto es que
hay otras alegres, llenas de esperanza y optimistas, pero son las menos y
deben proceder de zonas más evolucionadas o elevadas de la interfase.
No intento convencer a nadie. Es. simple y llanamente, mi opinión y la
de otros experimentadores. Sólo el tiempo y la investigación sistemática
podrán rasgar el velo de este misterio. Volviendo al tema de las
fotografías en el momento de la muerte, debo admitir que el material del
que dispongo en estos momentos es muy escaso, y por otro lodo (como es
lógico) no siempre los familiares de los difuntos ven con agrado la
publicación de las mismas, postura que respeto rigurosamente.
Últimamente se me ha ofrecido realizar estas experiencias en un centro
hospitalario, pero la verdad es -y lo digo con toda sinceridad-, que por
ética y profundo respeto a quienes se han ido, no me veo con fuerzas
para realizar una serie de trabajos fotográficos sobre personas recién
fallecidas. Creo que esta investigación será mi “asignatura pendiente”.
Por otro lado, este tipo de búsqueda tendría que ser realizada por
equipos de técnicos altamente especializados. Para el estudio analítico
del material disponible utilizo los programas informáticos Photo Finish y
Photoshop 2.5. Por su simplicidad en el manejo recomiendo el primero de
ellos. Mediante su utilización he podido constatar algunos hechos a
tener en cuenta:
En las luminografías corrientes (ENIGMAS,
año II, Nº 11) usando el filtro adecuado se aprecia perfectamente el
relieve. En las fotografías que nos ocupan, prácticamente no se aprecia
este efecto.
Cuando empleamos el filtro de resaltar contornos, éstos aparecen fuertemente marcados y contrastados. Por el contrario, en las fotografías de las luminiscencias de escape no sólo no se obtienen estos contornos resaltados sino que, por el contrario, se pierde contraste al debilitarse en general toda la fotografía.
Cuando empleamos el filtro de resaltar contornos, éstos aparecen fuertemente marcados y contrastados. Por el contrario, en las fotografías de las luminiscencias de escape no sólo no se obtienen estos contornos resaltados sino que, por el contrario, se pierde contraste al debilitarse en general toda la fotografía.
Dada la escasez de material estudiado,
estos observaciones son muy aventuradas y no pueden tomarse como pruebas
fehacientes. Siempre que he publicado algún trabajo sobre este
fenómeno, he recibido multitud de cartas de España y del extranjero en
las cuales se me remiten fotografías que reflejan extrañas formas. Una
vez más, si a raíz de este reportaje recibo alguna imagen que ofrezca
las debidas garantías de autenticidad, y siempre con la debida
autorización de los autores, daremos cumplida cuenta de ello en estas
páginas.
Fuente. Artículo de la Revista Enigmas nº 24 (Febrero 1998).
Nota: Se recomienda desde Realidad Transcendental leer el siguiente artículo: Estudio fotográfico a una “Energía Instantánea” , para tener otro punto de vista sobre las fotografías tipo 1 y 2.