FENÓMENOS PSÍQUICOS Y MEDIÚMICOS ENTRE LOS GUANCHES, LA POBLACIÓN ABORIGEN DE LAS ISLAS CANARIAS
24 noviembre 2013 por idafe
Conocimiento de las Islas Canarias en la Antigüedad
Las Islas Canarias entraron
definitivamente en la Historia en el siglo XV; sin embargo, el
conocimiento de su existencia es mucho más antiguo. Las primeras
referencias que las mencionan proceden de textos grecolatinos en los
que, generalmente de forma imprecisa y velada, se habla de la existencia
de ciertas islas en el Atlántico y de las Makaron-Nesoi, es decir, las
“Islas Afortunadas”. Es Plinio el Viejo (Siglo I d. d. C), en su obra Naturalis Historia, quien hace mención concreta del Archipiélago Canario, refiriéndose al conocimiento que del mismo tuvo el rey Juba II de
Mauritania. Antes, Heródoto menciona en sus obras una expedición de los
egipcios, durante el reinado del faraón Neko o Nekao – en torno al año
610 a. d. C. -, que en su circunnavegación de Africa partiendo desde el
Mar Rojo conoció, probablemente, las Canarias.
Petroglifos con barcos prehistóricos en El Cercado (Garafía, Isla de La Palma)
Estas Islas, situadas en los confines
occidentales del mundo conocido por las grandes civilizaciones que
florecieron en torno al Mediterráneo y en el Próximo Oriente, en las que
muchos pueblos situaban o localizaban los paraísos reservados para sus
héroes dada la excelencia de su clima y otras condiciones naturales, sus
tierras ideales e islas de los bienaventurados, islas descubiertas y
vueltas a olvidar, siempre envueltas entre los velos del misterio y el
mito, fueron identificadas por los griegos con los Campos Elíseos y el
Jardín de las Hespérides. Fenicios, cartagineses y romanos las
conocieron, posiblemente también los cretenses, y en un pasado más
remoto aún, es más que probable que constituyeran paso intermedio
prácticamente ineludible, dado el régimen de vientos y corrientes
marinas del Atlántico, para las antiquísimas rutas de las navegaciones
transatlánticas de la Edad del Cobre y del Bronce que partían desde el
Mediterráneo, rutas hasta hace poco consideradas no sólo hipotéticas
sino hasta improbables, pero que trabajos e investigaciones como las
llevadas a cabo por el antropólogo, arqueólogo y explorador Thor
Heyerdhal – uno de mis héroes de niñez y adolescencia, a quien tuve el
placer de conocer personalmente y de ser su guía por la isla – y otros
estudiosos del desarrollo de la más antigua minería (1), vienen
demostrando en las últimas décadas.
También se ha querido ver en ellas parte
de los últimos restos del mítico continente hundido de la Atlántida, al
que Platón alude en sus obras Timeo y Critias, según los datos que los sacerdotes egipcios dieron a conocer al griego Solón.
Los antiguos canarios, un pueblo singular
En el año 1496 finalizó la conquista de
la isla de Tenerife, con lo cual el Archipiélago Canario quedó
completamente incorporado al reino de España, culminando un proceso que
había comenzado noventa años antes de la mano del caballero normando
Jean de Bethencourt, barón de San Martín de Gaillard, quien se puso al
servicio de Enrique III, Rey de Castilla.
Pero a la llegada de los españoles las
Islas Canarias no estaban deshabitadas. En ellas vivía desde tiempos
indeterminados un pueblo al que poco después se empezó a conocer con el
término genérico de guanches, aunque originalmente este nombre sólo identificaba a los primitivos habitantes de Tenerife (2).
Este pueblo sorprendente, enigmático por
su origen, aunque de manera generalizada se admita actualmente, como
hipótesis más probable, que procedían del Norte de África, supuestamente
emparentados con los pueblos bereberes que desde el neolítico poblaban
esas zonas, pueblos de raza blanca que habían llegado a esas tierras
siguiendo las rutas de remotas migraciones, ha venido siendo considerado
durante mucho tiempo como un ejemplo de sobrevivencia de la antiquísima
raza de los cromañones, con los cuales coincidían por sus
estructuras anatómicas y craneales, según revelaron los primeros
estudios antropológicos de Rene Verneau (3).
En cuanto a su aspecto físico y
características psicológicas, sorprendió a los conquistadores su altura
corporal – claramente superior, por término medio, a la de sus
conquistadores -, vigor, agilidad, inteligencia y adaptabilidad, como
reconocieron desde el primer momento Bontier y Le Verrier, historiadores
de la expedición de Bethencourt, con estas palabras:
“Id por todo el mundo y casi no
hallaréis en ninguna parte personas más hermosas ni gente más gallarda
que la de estas islas, tanto hombres como mujeres, además de ser de buen
entendimiento si hubiese quien los cultivase”.

El contacto con los conquistadores tuvo
dramáticas consecuencias para el pueblo guanche. La introducción de
enfermedades para las que su sistema inmunológico no estaba preparado,
la venta de esclavos y deportaciones, las matanzas ocasionadas por el
proceso de la conquista o las derivadas de las represalias a que se
vieron sometidos a raíz de las sublevaciones que protagonizaron, lo
diezmaron peligrosamente. Sin embargo, la vitalidad de este pueblo, su
adaptabilidad y la estrategia de sobrevivencia que adoptaron, como fue
el silencio, callando todo lo que se refería a su cultura, ante la tenaz
persecución de sus manifestaciones por parte de los conquistadores,
hizo que rápidamente se mezclaran con la población ocupante. Hoy en día
los modernos estudios antropológicos han evidenciado la pervivencia de
su raza entre la población canaria actual, de la que constituye su base
fundamental, especialmente en algunas zonas.
La lucha canaria, el juego del palo y el salto del pastor, tres deportes autóctonos procedentes de los aborígenes canarios
Su cultura, sin embargo, en la práctica
casi desapareció en su integridad, empezando por su lengua y continuando
con sus creencias, costumbres, tradiciones, etc. Datos y referencias
sobre elementos dispersos de la misma se conservaron en textos e
informaciones procedentes de los cronistas de la conquista o en los
relatos de antiguos viajeros y exploradores. Junto a ello, últimamente
se están empezando a valorar en su justa medida ciertos trabajos de
campo realizados en el siglo pasado, que han demostrado que un buen
número de tradiciones populares en las islas proceden del mundo
aborigen, habiendo logrado sobrevivir entre las poblaciones campesinas
al ser transmitidas oralmente hasta tiempos relativamente recientes.
Entre los diferentes aspectos de la
cultura guanche sobre los que poseemos alguna información, ciertamente
escasa, está su mundo mágico, religioso y espiritual. A pesar de esa
escasez y fragmentariedad, disponemos de un conjunto de interesantísimos
datos que nos permiten abordar, con la debida cautela, la tarea de
intentar comprender la vida espiritual de este pueblo. Eso es lo que
procuraremos hacer en las líneas que siguen, circunscribiéndonos
especialmente en todo aquello que se refiera a sus concepciones sobre la
muerte y el más allá, así como en las informaciones que nos muestren el
rastro entre ellos de fenomenologías espirituales, psíquicas y
mediúmnicas.
La muerte y el Más Allá entre los aborígenes
Si bien hay algunos cronistas que se
contradicen, son muchas las referencias que confirman que el pueblo
guanche admitía la continuidad de la vida más allá de la muerte y una
existencia espiritual que estaba relacionada con la índole de la vida
que el muerto había llevado. En torno a este tema, el escritor Tomás
Marín de Cubas refiere lo siguiente para la isla de Gran Canaria, aunque
la misma información puede hacerse extensiva al resto del Archipiélago:
“A el alma decían que era hija de el
sol, i a los fantasmas llamaban magios, que significan encantados u
ocultos que tenían allá otra vida de penas y afanes congojosa de lo qual
andaban llevándoles de comer a las sepulturas” (4).
Los lugares de enterramiento que
empleaban eran las cuevas, muy abundantes en estas islas de naturaleza
volcánica, tapiadas o sin tapiar, y los túmulos. Los cadáveres eran en
muchos casos sometidos a un procedimiento conocido como “mirlado”, un
sistema en cierta forma equivalente a la momificación realizada por los
egipcios. Según las crónicas, cuando se producía la muerte de un
individuo, especialmente si era de alto rango social, unos personajes
especiales a los que estaba encomendada esa tarea -siempre del mismo
sexo que el muerto- se encargaban de preparar el cadáver. Primeramente
lo lavaban, luego le extraían las vísceras -no en todos los casos-, tras
lo cual lo embutían con diversas substancias vegetales y minerales y lo
ponían a secar al sol, prolongándose el proceso durante al menos quince
días. Seguidamente envolvían el cadáver “mirlado” con varias capas de
pieles de cabra gamuzadas, que cosían primorosamente y marcaban con
diversos signos para luego poder identificar los cuerpos. Por fin,
llevaban el cadáver mirlado a las cuevas que usaban para enterramientos,
algunas de las cuales eran comunales, donde lo ponían sobre unas
parihuelas de madera, tablones, yacija vegetal o arrimados a las
paredes.
Enterramiento con momia guanche, Museo arqueológico de santa Cruz de Tenerife
En las islas de Tenerife y Gran Canaria,
cuando un rey moría, sus vísceras eran colocadas en una cesta de hojas
de palmera. Entonces, un joven voluntario iba con ellas a un alto risco,
desde donde se tiraba en una suerte de autoinmolación, no sin antes
recoger los mandatos o recados que le encargaban llevar al más allá, al
estilo de: “(…) dile que sus cabras están muy gordas o flacas, o si
se han muerto o no. Y todas las noticias que saben de sus reyes y
parientes les envían a sus reyes y parientes difuntos por medio de aquel
que se arroja…” (5).
Al cadáver llamaban los guanches “xaxo”. Según el doctor Juan Bethencourt Alfonso (6), autor de la monumental obra Historia del Pueblo Guanche,
estos creían en la existencia de dos xaxos en el ser humano, uno
interno y otro externo. Creían también que las almas tenían distintos
destinos en el más allá, al menos temporales, según se hubieran portado
bien o mal en vida:
“En otro lugar que llaman campos o
vosques de deleite están los encantados llamados maxios i que allí están
vivos i algunos están arrepentidos de lo mal que hicieron contra sus
próximos y otros desvaríos. Esto decían los mas avisados faizanes” (7).
Comunicaciones con los espíritus entre los guanches
Las fuentes etnohistóricas nos siguen
aportando datos de sumo interés. En cuanto a la comunicación de
entidades espirituales en el mundo aborigen, se dice:
“Tenían los de Lançarote y
Fuerteventura unos lugares o cuebas a modo de templos, onde hacían
sacrificios o agüeros según Juan de Leberriel, onde haciendo humo de
ciertas cosas de comer, que eran de los diesmos, quemándolos tomaban
agüero en lo que havían de emprender mirando a el jumo, i dicen que
llamaban a los majos que eran los spiritus de sus antepasados que
andaban por los mares y venían allí a darles aviso cuando los llamaban, i
estos y todos los isleños llamaban encantados, i dicen que los veían en
forma de nuvecitas a las orillas del mar, los días maiores del año,
quando hacían grandes fiestas aunque fuesen entre enemigos, i veianlos a
la madrugada el día de el maior apartamento del sol en el signo de
Cáncer, que a nosotros corresponde el día de S. Juan Bautista” (8).
Estas tradiciones todavía se conservaban
vivas a fines del pasado siglo. Bethencourt Alfonso comenta que en
Fuerteventura, en el sitio conocido como Malpaís Grande, había un lugar
que llamaban “iglesia de los maxios”, y en el Malpaís Chico otro punto
que era conocido como “oratorio de los maxios”. Seguramente eran esos
lugares algunos de los enclaves donde antiguamente se realizaban estas
prácticas y ceremonias de contactos espirituales (9).
Pero no solamente evocaban los aborígenes
canarios a los espíritus de sus antepasados muertos, sino incluso a los
vivos mediante lo que hoy podríamos denominar un “llamado telepático”. A
través de la concentración mental y el concurso de ceremonias
especiales y frases mágicas, obligaban a comparecer al ser llamado, no
sabemos si espiritualmente o corporalmente. Aunque los dos casos son
posibles, nos inclinamos por la segunda opción, según se desprende de
las siguientes palabras de Marín de Cubas:
“Otros ponían el cuerpo tendido boca
abajo hablando algunas palabras dentro de un hoyo y así llamaban al
ausente, aunque fuese de muy larga distancia” (10).
El Dr. Bethencourt Alfonso da una idea
sintética de la visión que los aborígenes tenían del mundo invisible y
su relación con nuestro plano existencial, cuando expresa:
“Vivían en un mundo imaginario poblado
de fenómenos y seres extraños como eran los encantamientos, los maxios o
fantasmas, miedos, xaxos de ultratumba y las apariciones de Guayota en
múltiples transformaciones, a menudo en forma de perros lanudos” (11).
Los “xaxos arrimados”
El fenómeno que denominaban “xaxo arrimado” se producía – decían los aborígenes de Tenerife – cuando “Guayota (12) lanzaba
a los condenados a encarnar en personas para atormentarles, eligiendo
de ordinario a las mejores y más sensibles al bien. Señalada la víctima y
estando despierta o dormida, aprovechaba el xaxo como puerta de entrada
‘alguna herida o rozadura de la piel’ o bien se introducían por uno
de los dedos gordos -pulgares- de los pies y en los casos menos
favorables se le echaba encima envolviéndola y “pegándosele como la lapa
a laja”. Desde ese momento la persona así invadida sufre, grita, se
agita, se enfurece, entra en convulsiones, enloquece. Estos
desgraciados, así como los extraños, oían a veces las voces del xaxo que
tenían dentro” (13).
Quien esté familiarizado con los estudios
del Espiritismo reconocerá fácilmente en la descripción anterior las
llamadas “obsesiones espirituales”, que tan magistralmente estudia Allan
Kardec en el Libro de los Médiums en sus tres fases de obsesión
simple, fascinación y subyugación. Ahora bien, no hay que confundirse:
el Espiritismo no admite las llamadas posesiones de carácter diabólico,
porque considera esta figura un espantajo alegórico y mítico, sin
fundamento ni razón objetiva. Lo que si dice y enseña el Espiritismo es
que hay entidades espirituales con distintos grados de progreso, algunos
muy bajos, pero sin ser por ello de naturaleza esencialmente maléfica.
Por lo mismo, no cree ni en infiernos ni en condenaciones eternas, sino
en el infinito progreso del espíritu, el cual va logrando manifestar
progresivamente su verdadera naturaleza y expresando mayores grados de
amor, sabiduría y capacidad creadora.

“Conducidos por la noche los
“xaxados”, después de un complicado ceremonial entre ruidos extraños,
fórmulas terríficas, imprecaciones y conjuros, iban arrojando a una
hoguera sal, resina y otras substancias para concluir por aventar los
tizones en un abismo pronunciando terribles anatemas. El resultado
dependía del grado de malignidad del “xaxo arrimado” y del poder
expulsivo del hechicero. A veces también solían ocurrir situaciones
alarmantes, cuando expulsado el “xaxo” la fuerza de expulsión del
conjuro no bastaba para reintegrarlo a “chinechi” (14) y quedaba
suelto entre los vivientes “viéndolo vagar por las cuevas de los muertos
echando chispas, bramando y pidiendo a gritos que lo lleven a sámara o
al pico del Teide”. Y añade: “Se creía generalmente que se “arrimaba” el “xaxo” de toda persona muerta por accidente, como desrriscado o ahogado” (15).
En torno a estos personajes especiales
encargados del intercambio espiritual con los “dioses”, los antepasados y
las fuerzas desconocidas de la naturaleza, respetados y con gran
influencia en la sociedad guanche, nos dice Bethencourt Alfonso:
“Los guañameñes, samarines, hechiceros, adivinos, profetas o agoreros cultivaron los augurios, la magia y la nigromancia (16). La
influencia social de estos hombres – o mujeres – era tan poderosa como
vasta su ciencia. Ignóranse, a la verdad, los principios y la mayor
parte de los procedimientos que empleaban en sus artes misteriosas, pero
se sabe que hacían agüeros interpretando las direcciones del humo en
hogueras preparadas al efecto, por la forma y combinación de las nubes y
por las estrellas errantes; deducían auspicios por el vuelo y canto de
las aves” (17).
“A pesar de estas facultades
extraordinarias, del carácter sacerdotal y de sus curaciones de
“ojeados” y otras muchas enfermedades, pues eran famosos médicos, todo
quedaba oscurecido ante el poder sobrenatural de que daban muestra
expulsando “xaxos arrimados” (18).
Entidades invisibles y apariciones espirituales
En Fuerteventura se conoce todavía con el
nombre de “carrera de los maxios” un extraño fenómeno que tiene lugar
en la amanecida de ciertos días en un llano, junto a un acantilado que
da al mar en Bayuyo, en la costa del pueblo de La Oliva:
“Consiste tal en la formación a ras de
la llanura de compañías y batallones de nubecillas, semejando hombres
cargando haces de leña, que después de evolucionar en distintos
sentidos, como atacándose o persiguiéndose, siempre concluyen por irse
arrojando de cabeza al mar unos tras otros; desvaneciéndose tan original
fenómeno con la salida del sol, como sobre el terreno nos lo aseguraron
algunos” (19).
Para Gran Canaria Marín de Cubas señala:
“Los canarios llamaban encantados a
ciertos nublados y vapores levantados de los arroyos a orillas del mar, a
la parte de el sur de esta isla de Canaria, que a la verdad duran por
tres horas salido el Sol, unos hacen forma de torres, navíos, hombres a
caballo, ejércitos de a pie, y conforme corre el viento Norte o Noroeste
en tiempos de Otoño que se recogen allí al sotavento de los montes: lo
mismo es como causa natural en los ríos, y demás partes donde hay
humedades y vapores” (20).
Se decía también que “a veces veían en los remolinos una reunión de xaxos desesperados” (21).
Ante las anteriores tradiciones nos surge
la siguiente pregunta: ¿Por qué identificar “nubecillas” y “vapores”
con la manifestación de “maxios” o espíritus? ¿No asemejan este aspecto
algunas emanaciones ectoplásmicas que se producen en las sesiones de
materialización? ¿Vendrá de la manifestación de estos fenómenos en el
mundo de los aborígenes canarios esta asimilación?
Personajes con capacidades y poderes singulares
Retomando la información referida a la
existencia de esos singulares personajes, que cumplían un papel de gran
significado mágico-religioso en la sociedad guanche, veamos algo más
sobre ellos:

Tomás Marín de Cubas escribe lo siguiente de estos notables personajes, imbuídos de poderes especiales:
“Pronosticaban la abundancia o esterilidad del año o las mudanzas de su gobierno u otras adivinaciones…”. Al referirse al “almogarem” -especie de adoratorio o templo- de Humiaga refiere:
“Aún allí hay tres braseros donde quemaban todo fruto, menos carne y
por el humo…. hacían su agüero sobre un paredón a modo de altar de
grandes piedras y enlosado en lo alto del monte” (23).
Las crónicas de la conquista y relatos de
diversas expediciones anteriores conservan los nombres de algunos de
estos a un tiempo sacerdotes, adivinos, agoreros y profetas. Así tenemos
a Tibiabín y Tamonante, madre e hija, en Fuerteventura, que vaticinaban
los sucesos futuros; Yone, adivino o profeta de la isla de El Hierro;
Eiunche, Aguamuje, Miguan y la adivina Aremoga, en la Gomera. En La
Palma, Marín de Cubas, hablando de Echedey, rey de Tihuya -uno de los
bandos o señoríos en que estaba dividida la isla-, dice que “era hijo de un célebre sacerdote o adivino”
(24) el cual, según refiere Fr. J. de Abreu Galindo (25), había
pronosticado la ruina de una de las zonas más fértiles y pobladas de la
isla por la erupción volcánica de una montaña, que efectivamente se
produjo.
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