LLEGAR A SER HUMANOS
Por OSVALDO BAYER
Planeta
Tierra, año 2011. Hay algo muy urgente que solucionar ya mismo. Los
niños que mueren de hambre en África. Hay que hacer un llamado a la
moralidad universal. Los países que explotaron como esclavos durante
siglos al pueblo africano deben sentirse hoy con el deber
de terminar con el hambre allí. Las iglesias cristianas todas, que
callaron cuando se realizó el tráfico de esclavos, deben poner toda su
organización en llevar alimentos a esos pueblos. Ni hablar de todos los
países que tuvieron a la esclavitud durante siglos como algo normal. No
repitamos lo que ahora aparece en televisión cuando llega a Somalia un
avión con alimentos para tres mil personas como algo digno de hacer
conocer. No, debe ser una cadena aérea que asegure la alimentación
básica y con expertos que promuevan proyectos de producción de alimentos
para el futuro.
¿Y
cómo solucionar la crisis mundial? Seamos un poco utopistas. La crisis
es demasiado grande, la injusticia reina desde hace siglos. El sistema
vota a Berlusconi y a Macri. Pero ganemos distancia y veamos el futuro
con fantasía, esa fantasía que nos muestra a todos los seres humanos que
es posible un mundo sin hambre, sin guerras, sin fronteras, un
mundo que quiere saber por fin lo fundamental: de dónde venimos, qué
somos, qué es todo esto, la vida, la naturaleza, los pensamientos, el
nacer y el morir. Para llegar a la utopía de la gran solución llamar a
congresos mundiales. Como base, Naciones Unidas. Un congreso de
filósofos, sociólogos y politólogos que busquen la forma de unir a todos
los pueblos en un mundo sin fronteras, sin ejércitos, donde se respeten
todos esos derechos proclamados por Naciones Unidas. Una sociedad
mundial. Al mismo tiempo, un congreso de todas las religiones junto a
científicos representantes de los adelantos de las ciencias, para que
lleguen a un acuerdo a fin de seguir adelante y explicar esa deuda
universal sin contestación alguna: de dónde venimos, qué somos, qué es
el universo, y a responsabilizarse de no llevar adelante ninguna
agresión religiosa más y terminar leyendas de culto que han agraviado la
paz entre los hombres. Encuentros donde tengan valor las palabras
amplitud, generosidad, comprensión, grandeza.
Llegar a ser humanos.
1. Parte final del artículo publicado por el diario Página 12, el 6 de agosto de 2011, por el escritor y periodista argentino, radicado en Bonn, Alemania, Osvaldo Bayer.
2. Los
espíritas apoyamos casi totalmente el contenido de este importante y
desacostumbrado artículo que toca y destaca la importancia del tema
fundamental del Espiritismo: Qué somos, de dónde venimos y adónde vamos ─resuelto por él con los medios objetivos de la ciencia experimental─,
y felicita a su autor por la valentía para despojarse de los prejuicios
que afectan a la casi totalidad de los miembros de la cultura actual en
crisis. La bastardilla es nuestra. [Nota de la FEHAK.]
LA CRISIS DE LA CIVILIZACIÓN SEUDOCRISTIANA,
SUS CAUSAS Y EL ESPIRITISMO
No existe ejemplo en la historia de una ciencia religiosa cuyo crecimiento haya sido tan rápido y tan amplio, como lo ha sido el de esta noble Doctrina. Semejante éxito ─sin precedente─ es debido a la fuerza de convicción que los hechos llevan en sí.
Este siglo ─el 19─
en el cual se han producido progresos increíbles en todas las ramas de
las ciencias, se destacará, sin embargo, en las edades venideras, por un
gran descubrimiento: el de la demostración experimental de la existencia e inmortalidad del alma.
El
genio humano ha producido maravillas. Las condiciones físicas de la
existencia han mejorado más allá de las esperanzas más optimistas, y, a
pesar de este cambio, un hondo malestar agita a los pueblos modernos. Es
que nuestra época se halla profundamente trastornada por la
desaparición gradual de las antiguas creencias que, con su rancio
aparato de milagros, dogmas y misterios, vacilan bajo los redoblados
golpes de la ciencia.
Los
descubrimientos científicos realizados a partir de Galileo, han
modificado singularmente nuestras concepciones acerca del Universo,
ensanchando los horizontes. Nuestro pequeño planeta ya no es el centro
del Cosmos, sino que es un modesto asteroide dentro de la innumerable
multitud de tierras del cielo; y sentimos palpitar en el infinito la
vida universal de la que creíamos candorosamente poseer el monopolio.
A estos conocimientos positivos corresponde un nuevo ideal que no puede satisfacer una vieja religión de diecinueve siglos. De este divorcio entre la ciencia y la fe, resulta la incredulidad.
Nos es preciso reaccionar contra las engañosas quimeras del
materialismo; demostrar que en la enseñanzas religiosas no todo era
falso; que el hombre, por medio de una profunda intuición, ha conocido
en todo tiempo su verdadera naturaleza inmortal y ha oído repercutir en
su conciencia el eco más o menos debilitado de los eternos principios de
justicia, de caridad y de amor, que, velados algunas veces,
desfigurados frecuentemente, han sido, sin embargo, sus guías tutelares.
La Providencia ha enviado misioneros a todas las naciones para predicar
la moral eterna. Confucio, Buda, Zoroastro, Jesús, son las grandes
voces que han enseñado una doctrina semejante, aunque bajo aspectos
diversos.
Rejuvenezcamos los viejos símbolos;
mostremos que han sido adulterados por el moho de las edades,
desfigurados por los intereses terrestres, pero que, en el fondo, son la
misma verdad, el único camino que conduce a la dicha.
Es
en vano que se intente hacer tabla rasa del pasado: nada puede
edificarse con base sólida que no esté apoyado sobre la inmortalidad del
Ser.
El
conocimiento preciso de la ley moral, teniendo por sanción la vida
futura, es lo único capaz de refrenar eficazmente a los vicios y a las
pasiones. Existe una higiene del alma tan indispensable a su bienestar,
como lo son las prescripciones de la ciencia para el cuerpo físico. Tan
pronto como uno se separa de sus reglas, experimenta el malestar y el
sufrimiento.
El
materialismo contemporáneo ha ensayado promulgar una moral basada
simplemente en las relaciones de los hombres entre sí, es decir, sobre
la utilidad; pero semejante tentativa es quimérica.
La
solidaridad es una palabra vacía de sentido para el egoísta. ¿Cómo
hacer comprender al que es rico y dichoso que debe prestar auxilio al
pobre, al enfermo y al desvalido? ¿Qué le importan sus sentimientos, que
él no siente? ¿Se privará de algo que le pertenece, para
proporcionárselo a un desconocido? Mucho hará si se limita en no hacer
daño a nadie. El azar le ha favorecido, y se aprovecha de ello, pues la
vida es corta y conviene gozar todo lo posible antes de la disolución
final.
Este
razonamiento, consciente o no, es el de todo materialista convencido.
En la masa general de los trabajadores se traduce por un odio siempre
creciente contra la injusticia de la suerte, contra los privilegios; y
en las almas tiernas y débiles, por un disgusto hacia la vida, al cual
es debido la espantosa recrudescencia de suicidas que se observa en la
actualidad.
Nuestra
Doctrina aporta el remedio a semejantes males: es el bálsamo consolador
que cicatriza todas las heridas, al mismo tiempo que explica el enigma
de la vida. Por lo mismo, precisa que sea mucho más conocida para que
haga florecer la esperanza en los corazones lacerados, puesto que es una
salvaguardia contra los terribles cataclismos de las guerras
intestinas. Nuestros brillantes éxitos no deben hacernos olvidar que
todavía somos una ínfima minoría, y que existen millones de almas
sujetas a todos los sufrimientos de la duda.
Hagamos
una propaganda activa para llevar el conocimiento del público las
convincentes pruebas que demuestran la futilidad de las teorías
nihilistas. Hoy poseemos armas suficientes para combatir con la
seguridad de obtener un triunfo final. El pasado responde del porvenir.
Unamos
nuestros esfuerzos, sin preocuparnos por las fronteras, a efectos de
colaborar en la obra de liberación intelectual y espiritual de nuestros
hermanos terrestres. Hagamos penetrar en todos los corazones la
consoladora certeza de la inmortalidad; demostremos que los seres que
hemos amado no han muerto y que pueden manifestarnos su ternura.
Divulguemos esta noble doctrina de redención social, y el siglo 20 (y
futuros) verá lucir la aurora de una nueva era, es decir, la de una
humanidad regenerada que ha encontrado la dicha en el ejercicio de la
justicia, de la concordia, de la fraternidad y del amor.
Ing. GABRIEL DELANNE
Las vidas sucesivas, parágrafos iniciales, Fundación Espírita Humanista Allan Kardec, Buenos Aires, 1995.
Adaptación: Oswaldo E. Porras Dorta
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