
EL BLOG DEL CENTRO VIRTUAL DE ESTUDIOS ESPIRITISTAS Y AFINES. Este es el órgano oficial del Centro Virtual de Estudios Espiritistas y Afines "Manuel S. Porteiro", dedicado a promover temas y tópicos de estudios en nuestro Centro, así como difundir noticias y eventos de carácter espírita extraídos de los medios de prensa reconocidos como afines a nuestra línea de pensamiento, que es la misma que sustenta la Confederación Espírita Panamericana, a la cual nos adherimos.
UNA ACLARACIÓN MUY OPORTUNA
Ponemos en el conocimiento de nuestros amables lectores que todo el material que ofrecemos como posts en este blog ha sido extraído de la obra LOS FUNDAMENTOS DEL ESPIRITISMO, previa autorización de su autor nuestro distinguido amigo Prof. Jon Aizpurua.
No nos atreveríamos a divulgar este precioso e invaluable material doctrinario y de divulgación de la cultura espírita si no tuviésemos de antemano la autorización expresa de su autor, de lo contario incurriríamos en el plagio, actitud que nos despierta repugancia tan sólo con mencionar el término.
Hemos escogido esta obra, LOS FUNDAMENTOS DEL
ESPIRITISMO, porque estamos seguros que ella constituye la exposición más actualizada de los postulados doctrinarios expresados por el Codificador Allan Kardec, enmarcados en nuevo contexto paradigamático; el vigente en estos tiempos que corren.
En LOS FUNDAMENTOS DEL ESPIRITISMO el autor reinvidica el verdadero carácter de la Doctrina Espírita, como un sistema de pensamiento laico, racionalista, e iconoclasta, alejado de todo misticismo religioso, tal como fue codificada la Doctrina por el Maestro Allan Kardec en el siglo diecinueve.
Esta obra es eminentemente didáctica, porque está escrita en un estilo ágil y ameno, sin que por ello pierda consistencia en su brillante exposición de ideas, llegando a toda clase de público lector, desde el estudioso del Espiritismo hasta aquellas personas que se encuentran en la búsqueda de una filosofía racional que les ayude a pensar al mundo y a sí mismos.
René Dayre Abella
No nos atreveríamos a divulgar este precioso e invaluable material doctrinario y de divulgación de la cultura espírita si no tuviésemos de antemano la autorización expresa de su autor, de lo contario incurriríamos en el plagio, actitud que nos despierta repugancia tan sólo con mencionar el término.
Hemos escogido esta obra, LOS FUNDAMENTOS DEL
ESPIRITISMO, porque estamos seguros que ella constituye la exposición más actualizada de los postulados doctrinarios expresados por el Codificador Allan Kardec, enmarcados en nuevo contexto paradigamático; el vigente en estos tiempos que corren.
En LOS FUNDAMENTOS DEL ESPIRITISMO el autor reinvidica el verdadero carácter de la Doctrina Espírita, como un sistema de pensamiento laico, racionalista, e iconoclasta, alejado de todo misticismo religioso, tal como fue codificada la Doctrina por el Maestro Allan Kardec en el siglo diecinueve.
Esta obra es eminentemente didáctica, porque está escrita en un estilo ágil y ameno, sin que por ello pierda consistencia en su brillante exposición de ideas, llegando a toda clase de público lector, desde el estudioso del Espiritismo hasta aquellas personas que se encuentran en la búsqueda de una filosofía racional que les ayude a pensar al mundo y a sí mismos.
René Dayre Abella

Nos adherimos a los postulados doctrinarios sustentados por la Confederación Espiritista Panamericana, que muestran a la Doctrina Espírita como un sistema de pensamiento filosófico laico, racionalista e iconoclasta. Alejado de todo misticismo religioso. Apoyamos la Carta de Puerto Rico, emanada del XIX Congreso de la CEPA en el pasado año 2008.

domingo, 20 de enero de 2019
miércoles, 5 de diciembre de 2018
martes, 4 de septiembre de 2018
Grupo Espírita de La Palma
"Para opinar sobre una nueva idea, antes hay que estudiarla; estudiarla para comprenderla; comprenderla para juzgarla. Y esto únicamente puede hacerse si se acude a las fuentes originales"
»AMADO NERVO, POETA ESPIRITISTA
17 marzo 2014 por idafe
AMADO NERVO: APUNTES BIOGRÁFICOS
Juan Crisóstomo Ruiz de Nervo, conocido como Amado Nervo, nace en Tepic, Nayarit (México), el 27 de agosto de 1870. El sonoro nombre de Amado Nervo, frecuentemente tomado por seudónimo, era en realidad el que le habían dado al nacer, tras la decisión de su padre de simplificar su verdadero apellido, Ruiz de Nervo. Él mismo bromeó alguna vez sobre la influencia en su éxito de un nombre tan adecuado a un poeta.
Su vida estuvo signada por la tragedia. Su padre muere en 1879, posteriormente se suicida su hermano Luis, y también desaparece Ana Cecilia, su gran amor, en 1912.
Estudia Ciencias, Filosofía y Teología.
En México, donde reside a partir de 1894, funda una revista de renovación artística, Revista azul, junto a Manuel Gutiérrez Nájera. En 1896, aparece su primera obra, El bachiller, de rasgos naturalistas.
En 1898, aparece la Revista Moderna, en colaboración con Jesús Valenzuela. El mismo año se conocen Perlas negras y Místicas, poemas modernistas. Este último estilo se refuerza con el contacto con Rubén Darío y Leopoldo Lugones, con quienes inicia una estrecha vinculación, durante su viaje a París, realizado como corresponsal del diario El Mundo, a la Exposición Universal.
Publica en esa época un libro de poesías: El éxodo y las flores del camino (1902). Allí conoce a quien sería la musa de los poemas contenidos en La amada inmóvil, publicados en 1922, luego de su muerte. Esa mujer a la que ama para siempre es Ana Cecilia Luisa Dailliez.
Al volver a México trabaja como docente de lengua castellana en la Escuela Nacional Preparatoria.
Ingresa en 1905, en el mundo diplomático, como Secretario de la Embajada de México en Madrid.
Su carrera se suspende entre 1914 y 1918, a causa de la revolución, para retomar en ese último año, como Ministro Plenipotenciario en Argentina y Uruguay, cargo que ocupa hasta su muerte, acaecida en Montevideo, el 24 de mayo de 1919. Posteriormente, sus restos son trasladados a México, donde descansan en la Rotonda de los Hombres Ilustres.
Publica también ensayos, como Juana de Asbaje (1910), en homenaje a la poetisa mexicana Sor Juana Inés de la Cruz, y Mil filosofías (1912). Entre sus prosas figuran Almas que pasan (1906) y Ellos.
VINCULACIONES CON EL ESPIRITISMO
Del apartado que le dedica Jon Aizpúrua al este sublime poeta mexicano en su obra El espiritismo y la creación poética (1993 ), extraemos los siguientes comentarios:
“Doce años de dichosa vida en París, unido por amor, que no por las leyes, a un alma femenina exquisita, culta y sensible: Ana Cecilia Luisa Dailliez, lograrán que su poesía trasunte expresiones sublimes de amor y optimismo, reflejando en el verso su inocultable felicidad. Pero esta se acabará en 1912, cuando su amada parte hacia la otra dimensión, minado su organismo por la fiebre tifoidea. En su conmovedora obra, La amada inmóvil, inmortaliza el mayor amor y dolor de su vida, resumiendo en una totalización espiritual deslumbrante, alegórica, intimista, el sentimiento de estar enamorado y el horrible sufrimiento por la pérdida de su ser más querido. En relato emocionante, confiesa que, solo pudo evadir la tentación de acortar su vida, por su fe en lo espiritual: “Y he aquí como inveteradas ideas espiritualistas , que desde mi infancia anclaron en el alma, ahondadas por tantas lecturas, me han impedido la muerte: gracias a ellas… ¡ni puedo vivir ni puedo morir!”.
Su constante preocupación por indagar qué hay tras la apariencia sensible de las cosas, por descifrar el misterio que envuelve a la personalidad humana, le vincula con los grandes nombres de la lírica espírita. Y puede considerarse perfectamente a Nervo como un poeta espiritista, porque su concepción del mundo no era la de un intelectual adscrito a una visión espiritualista teórica, abstracta o ambigua, sino que se nutría de las tesis kardecianas en relación con la mediumnidad, la reencarnación, la multiplicidad de la vida en el Universo, la envoltura periespiritual, los fenómenos de hipnotismo, magnetismo y desdoblamiento, temas todos omnipresentes en sus creaciones, sobre los cuales escribió con acierto y convicción. Sus poesías reúnen tanta belleza y espiritualidad que han sido y seguirán siendo, números obligados de todo recital poético, en las instituciones espiritistas de todo el mundo”.
A continuación transcribimos el Prefacio que Amado Nervo escribió para La amada inmóvil.
Creí que Serenidad sería mi último libro
de versos, y así lo afirmé a un amigo. Esta afirmación me perdió, porque
la vida no gusta que le tracen caminos, y el arcano burla los
propósitos de los hombres. He vuelto, pues, a componer poemas. Un nuevo
dolor, el más formidable de mi vida, los ha dictado, y sollozo a
sollozo, lágrima a lágrima, formaron al fin el collar de obsidiana de
estas rimas que cronológicamente siguen a las de Serenidad.
¡Serenidad! Pensé que en la madurez de la
vida iba a llegar a esa altiplanicie desde la cual dominamos los
acontecimientos, vemos pasar la caravana de trivialidades y miserias
terrestres y sonreímos piadosamente “del Circo de las Civilizaciones”.
Pensé que si hasta entonces mi vida había sido conturbada e inquieta, él
hondo deseo de ser sereno y el tesón en expresarlo acabarían por
serenarme de veras, haciéndome adquirir por fin el más precioso de los
dones que he ansiado en la turbulencia y la amargura de mis días: la
ecuanimidad.
Complacíame en el viejo símil de la
montaña: arriba, nieve, el inmutable firmamento sin límites; abajo,
nubes, tormentas, ciclones, torrentes bravíos, árboles desgajados. . .
¡Pobre superhombre! La mano de Dios se
abatió sobre mí, y en un instante el alma himalayesca, cobijada, por el
azul, no fue más que un pobre guiñapo sangriento, convulso y sollozante.
Tenía yo un cariño, uno solo, ornamento
de mi soledad, alivio de mi melancolía, flor de mi heredad modesta,
dignidad de mi retiro, lamparita santa y dulce de mis tinieblas, y en
unos cuantos días, ante mis ojos despavoridos, ante mi amor estupefacto,
se me fue de la vida, dejándome de tal manera atónito frente a la
realidad., que necesito cogerme la cabeza entre las manos febriles y
apretármela como entre dos tenazas para convencerme de que es verdad lo
que sé, lo que pienso, lo que me pasa; que no se trata de una macabra
prestidigitación, de un espantoso escamoteo, y de que todo lo que amé se
ha desvanecido de veras y se ha vuelto fantasma.
Va a hacer un mes, un mes solamente, y,
sin embargo, en esos treinta días, en esos treinta relámpagos he llorado
más lágrimas que estrellas visibles tiene la noche.
Páginas escritas en los últimos días de enero y primeros días de febrero de 1912.
Va a hacer un mes, y en esos treinta
relámpagos he acumulado tal cantidad de dolor, que me parece que todos
mis males pasados y que todos mis males posibles se dieron cita para
invadir y llenar mi espíritu, a fin de que no quedase en él un solo
hueco que no fuese angustia.

Esta muerte ha sido la amputación más
dolorosa de mí mismo. Un hacha invisible me ha dado un hachazo en mitad
del corazón. Los pedazos de la entraña quedaron allí trémulos, entre
borbotones de sangre. Luego uno de ellos fue arrebatado por el brazo
omnipotente de la muerte, y el otro, el otro, mísero, siguió latiendo,
latiendo… La tremenda rudeza del golpe no pudo apagar el ritmo de la
vida… Siguió latiendo, sí, la triste entraña mutilada; siguió latiendo
entre los coágulos obscuros, y late todavía.
Veintiún días duró la enfermedad de Ana;
veintiún días que fueron necesarios para poder clavarme en la conciencia
la convicción de que iba a morir. Esta convicción era de tal suerte
desmesurada para mis fuerzas, que hoy mismo, a pesar de todas las
evidencias, me rebelo a veces contra ella, y entonces a mí soledad se
une la más impotente de las desesperaciones.
El domingo, 17 de diciembre, la dulce y
adorable compañerita de mi vida volví a casa herida ya por el terrible
bacilo de la fiebre tifoidea. El lunes empezó a sentirse mal; el jueves,
21, se encamó definitivamente y comenzó su calvario hasta el 3 de
enero, en que, perdida la lucidez, fue cayendo, apaciblemente recostada
sobre el almohadón blandísimo de la inconsciencia, en el seno insondable
de la muerte.
Yo la velé todas las noches, con
excepción de algunos ratos de imprescindible pero inquieto reposo, que
quizá no sumaron en las veintiuna jornadas el espacio de diez horas. Mis
días se pasaban en la obscuridad de la alcoba, al lado del lecho,
espiando su respiración, aguzando mis ojos para ver los suyos,
entrecerrados apenas o abiertos en la sombra. Esa perenne y angustiosa
vigilia sólo alternaba con un tormento indecible: el de ir tarde por
tarde a mis quehaceres, a despachar, imprescindiblemente, los múltiples
asuntos de mi incumbencia.
Como aquel nuestro cariño inmenso no
estaba sancionado por ninguna ley; como ningún sacerdote nos había
recitado maquinalmente, uniendo” nuestras manos, algunas frases latinas;
como ningún juez civil nos había gangueado algunos artículos del
Código, no teníamos el derecho de amarnos a la luz del día, y nos
habíamos amado en la penumbra de un siglo y de una intimidad tales, que
casi nadie en el mundo sabía nuestro secreto. Aparentemente, yo vivía
solo, y muy raro debió ser el amigo cuya perspicacia adivinara, al
visitarme, que allí, a dos pasos de él, latía por mí, por mí solo, el
corazón más noble, más desinteresado y más afectuoso de la tierra.
Pocas veces, muy pocas, salíamos juntos,
evitando las arterias febriles ¿le la metrópoli, donde mi relativa
popularidad podía prepararme sorpresas. En cambio, en ciertos viajes nos
desquitábamos ampliamente, y brazo con brazo, enredadas las diestras
con una ternura que tenía mucho de fraternal, nos dedicábamos a ese
flaneo deleitable de París, de Londres, de Bruselas, buscando el bibelot
gracioso, deteniéndonos ante el deslumbramiento de los escaparates,
refugiándonos en los íntimos y perfumados rincones de los restaurantes,
donde los gourmets de buena cepa, como nosotros, compensaban tantas
acritudes de la vida…
Pero tal persistente secreto fue mi
tortura persistente también, y en los días de la enfermedad de mi Ana
esta tortura llegó a su máximum. A las tres de la tarde, a las tres y
media a lo sumo, era preciso dejar a la idolatrada enferma y partir.
Eran días aquellos de un trabajo incesante. Tenía yo entre manos
innumerables asuntos diversos. Acudían, además, las visitas a todas
horas. Y mientras el amor de mis amores se agitaba presa de la fiebre en
su lecho, yo, a tres kilómetros de mi casa, hacía sumas,
multiplicaciones y divisiones, redactaba notas, sonreía a los diversos
visitantes, respondía a consultas de toda índole e inventaba todos los
días una nueva mentira para escapar a las invitaciones, para despistar
la curiosidad en acecho de los íntimos, sustraerme a su torturadora
compañía, y correr, volar entre la multitud atareada, entre el
enmadejamiento de tranvías y automóviles, a mi habitación, subir con
ansias de muerte las escaleras, llamar directamente para que el sonido
brusco de la campanilla no alarmase, a mi doliente idolatrada, y
preguntar con voz temblorosa a quien me abría:
-¿Cómo sigue? ¿Cómo sigue?
Si debe creerse que nuestra existencia es
una expiación de yerros anteriores, sabe Dios que yo expié en esas
horas muchas faltas de otras vidas, o de esta mi pobre vida incoherente y
mediocre, en la que ni siquiera ha habido un gran pecado, porque su
magnitud no rimaba con mi alma, tipo aun de evoluciones intermedias.
Por fin, un día ya fue imposible el
fingimiento, y, a pesar de que mi enfermita me insinuaba: “No le digas
nada, mon mignon… ¡Para qué!”, yo dejé caer en manos de mi “superior
inmediato” (los diplomáticos, ¡ay!, no somos más que unos animales
jerárquicos) mi ingenuo secreto de tantos años, para tener el derecho de
escapar de la Cancillería en cuanto lo esencial había terminado, ¡y de
estar una hora antes a la cabecera del alma de mi alma, que se me moría!
nada noche en que su sufrimiento era muy intenso y en que, abandonados,
al parecer, de Dios y de los hombres, yo sollozaba al borde del lecho,
mientras ella se retorcía de angustia le dije, aprovechando la pequeña
tregua de su alivio: “Rica mía, óyeme: es preciso que tengas la voluntad
de vivir. Hazte una resolución poderosa. Di: “¡Quiero vivir, quiero
vivir!” (Je veux vivre!) Me acordaba quizá de la frase de lord Bacon de
Verulan, citada por Edgard Poe: “El hombre no se rinde ni a los ángeles
ni a la muerte sino por el achaque de su propia voluntad”.
La pobrecita mía me respondió: “Oui, mon
mignon, oui…” Pero ¡todo en vano’ Dios había hecho ya un signo a la
muerte, y el ser más amado de mi existencia, el gran cariño de más de
diez años, se me hundía, ¡se me hundía irrevocablemente en la eternidad!
La perspectiva de su muerte había despertado siempre en mí un pánico
tal, que en estos dos lustros, yo, que a pesar de todo he permanecido
espiritualista; yo, que desligado de fórmulas y recetas religiosas he
amado a Dios y a Cristo en espíritu y en verdad, casi no tuve en la
mente más que esta oración, vuelta ya a modo de jaculatoria: “¡Señor,
haz que muera yo antes que ella!”
Y con tal fervor la había repetido, que
estaba seguro de haber sido escuchado. Así, pues, mi desorientación, a
medida que la gravedad se extremaba, era inmensa. Más de tres veces se
leen en el Evangelio estas palabras de Jesús: “En verdad, en verdad os
digo que todo lo que pidiereis al Padre, en mi nombre, os será
concedido”. Y cuando mi perpetua súplica salía de mi corazón, tenía yo
cuidado de añadir: “Te lo pido, Señor, en nombre de Cristo, que nos
dijo: “Todo lo que pidiereis al Padre, etc.”
En los últimos días, mi oración se iba
volviendo imperiosa. ¡Creía yo tener el derecho de que se me oyese! Se
trataba de la promesa del ser más puro, más luminoso y más grande que
había pasado por la tierra. Era asunto de dignidad divina. Dios no podía
dejar de cumplir la palabra del espíritu que más le ha amado y se le ha
acercado más en la sucesión de los siglos: “En verdad os digo que todo
lo que pidiereis al Padre, en mi nombre, os será concedido.”
¡Y no fue así! Nadie ha orado con más
fervor que yo, y nadie quizás, en diez años, ha recordado con tal
energía a la Causa de las causas La última noche de mi Anita, mi
jaculatoria y la exigencia de la promesa que hay en ella fueron de una
exasperación bronca, violenta. Me encaraba yo locamente con lo
Desconocido y le exigía que hiciese honor al compromiso de Cristo.
Uno de los médicos de cabecera, llamado
violentamente a eso de las ocho, me había dicho: C’est fin¡, y después.
“Pero vamos a rendir la jornada de la muerte. Vamos a hacerle vivir
artificialmente ocho o diez oras, a fin de ver si la naturaleza se
aprovecha de ellas, intenta un nuevo esfuerzo y la salva. Sólo que había
añadido- no abrigue usted esperanzas… Son tan lejanas, tan lejanas…”
Yo acepté; ¡qué había de hacer! Sabía,
por otra parte, que las inyecciones no iban a hacerla sufrir, gracias a
su bendita inconsciencia de tres días.
Y se le inyectó aceite alcanforado,
cafeína, ¡qué se yo! Y se le dio café negro con esencia de canela y de
clavo, y se la galvanizó así en modo tal, que debiendo morir a las nueve
de la noche, a juzgar por su aplanamiento, murió al día siguiente, a
las doce y cuarto del día. Y durante esas horas, en que a cada inyección
sucedía una resurrección momentánea, como aquellas del horrible cuento
de Poe, yo, atrozmente balanceando entre el desaliento y la esperanza,
no cesaba de clamar de alma a alma, de la mía, mísera y mezquina, al
alma eterna de Dios: Señor, te lo ruego en nombre de Cristo, que nos
dijo: “En verdad, en verdad, todo lo que pidiereis al Padre, en mi
nombre, os será concedido.”
Tres o cuatro días antes de sentirse
enferma mi adorada tuvo un presentimiento, raro en su carácter. “Esta
tarde me dijo, al volver a casa, se me ocurrió de pronto que debía
indicarte una cosa. Si me muero, en el tercer cajón de mi cómoda, en una
cajita circular, está la llave de mi secrétaire, en el cual se hallan
mis papeles. No sé por qué se me ocurrió esto— y pensé: Toma, ¡si se lo
dijese a Amado! “Yo sentí una como onda de hielo en el corazón. .. pero,
no queriendo dar consistencia a su idea, le respondí: “Yo también te
recuerdo que en el mueble tal, en el cajón que tú sabes, está mi
testamento”. Como de ordinario, cuando hacía yo alusión a mi muerte,
ella exclamó exaltada: “Por Dios, no hablemos de esto”. Y ya no hablamos
más aquel día. Pero, a pesar de la oleada de hielo en las entrañas,
pensé que nada debía yo temer, que el hombre que perennemente había
orado para que se le concediese morir antes que ella no podía morir
después. Y las palabras mágicas, la promesa de Jesús, me invadió el alma
con su certidumbre consoladora: “En verdad, en verdad os digo que todo
lo que pidiereis al Padre, en mi nombre, os será concedido”.
¿Inutilidad de la plegaria? ¡Sí,
inutilidad de la plegaria! ¡Oh.! almas que aun creéis, como cree aún mi
alma: la plegaría es nula e indica una concepción infantil, y hasta
ofensiva, del principio eterno que nos rige.
Pues qué, ¿esa inteligencia infinitamente
lúcida, previsora, lógica, para la cual no existe limitación ninguna de
espacio y de tiempo, a quien achicarnos con sólo darle nombre; ese ser
inconmensurable que ha ordenado, para fines de El sólo conocidos, todos
los universos, va a torcer sus designios porque un pobre espíritu
conturbado de hijo, de esposo o de padre, le pide que los tuerza?
El corazón nace con una potencialidad
determinada para latir, y no dará un latido más de los millones que
constituyen su rendimiento vital, aunque os pongáis a verter todas
vuestras lágrimas y a exhalar todas vuestras oraciones.
Lo que sucede debe suceder y está bien
que así suceda. Los designios de Dios se patentizan en los hechos
inevitables, y todo lo inevitable es bueno. “Un hecho tan universal como
la muerte debe ser un gran beneficio”, dijo Schiller. La única plegaria
posible es, por lo tanto, la que nos enseñó Jesús desde la montaña, en
una tarde misteriosa de otros siglos: “¡Hágase tu voluntad, así en la
tierra como en el cielo! “Sí, la petición es inútil; pero no lo es la
oración. El alma humana debe elevarse hasta una serena y constante
contemplación del Arcano. La vida por excelencia es la del hombre cuyas
actividades diarias se emplean en el bien y cuya mente superior, cima
espiritual, está en perfecto contacto con lo invisible. Hay que orar,
sí, para reunirse a lo Increado; pero es fuerza no pedir mercedes de
esas que Jesús nos dijo que se nos darían por añadidura.
Fuerza es orar, sí porque, por remota que
supongamos a la inteligencia creadora, inteligencia es, alma es de la
esencia misma de la nuestra, y el ímpetu y el pensamiento de un alma
llegarían siempre a otra alma. No hay distancia a través de la cual dos
almas no puedan tender un puente. Tendámoslo por la contemplación entre
nosotros a Dios; pero Jamás pidamos nada. Nuestro destino es inflexible
como la mano que nos lleva a través del abismo, Nuestro destino es
inflexible, sí, y su inflexibilidad es el signo por excelencia de su
divinidad. Un destino sesgo, poligonal, que fuese torciéndose a cada
paso por efecto de nuestras plegarias, sería indigno de nuestro
acatamiento y merecedor de nuestro desprecio. Dios no puede tener
piedad, porque ésta supondría una regresión en la voluntad increada,
algo como una rectificación, como un arrepentimiento.
Mi lógica concibe todo esto.. . y, sin
embargo, noche a noche, llena el alma de una angustia encrespada, de los
huesos, pido a Dios que me restituya a mi Ana.
¿En qué forma puede restituírmela? Ya han
pasado más de dos mil años desde que Jesús dijo a Lázaro: “Ven fuera”, y
exclamó de la hija de Jairo: “No está muerta, es que duerme”, No hay
más que dos formas de restitución: o que ella venga a mí
espiritualmente, o que yo vaya a ella por el gran camino, por el camino
real de la muerte. Con respecto al primer modo, centenares de miles de
hombres pretenden conversar con los muertos, penetrar en el plano astral
donde viven, verlos y seguirlos en sus evoluciones.
Según ellos, los muertos nos rodean. No
están ausentes, sino invisibles, como dijo Hugo… Pero nosotros, a menos
de tener desarrollado este sexto sentido de la visión subconsciente, de
la evidencia, no podemos verlos… Acaso, como dice Maeterlinck “continúan
viviendo alrededor de nosotros; pero no logran, a pesar de sus
esfuerzos, hacerse reconocer ni darnos una idea de su presencia, porque
no tenemos el órgano necesario para percibirlos…” Sólo los muertos
pueden ver a los muertos.-. .
Según William T. Stead, entre los muertos
hay tanto escepticismo acerca de la posibilidad de comunicar con los
vivos como lo hay entre los vivos acerca de la posibilidad de comunicar
con los muertos. Unos y otros comprendemos que entre ambos se extiende
un mar de misterio.
Sólo que los cientos de miles de hombres
de que hablaba yo antes pretenden haber franqueado ese mar en una nave
mágica que se llama clarividencia, visión astral, y con timoneles
enigmáticos que se llaman me diunis o adeptos. El propio Stead exclama:
“He visto, y por eso creo. He visto a: mi hijo materializarse ante mis
ojos…” Y el eminente Lealcater, basado en experimentos personales, nos
afirma que la muerte no existe.
Ahora bien, a mí me ha sido hasta hoy
negada toda videncia. Lo que cientos de miles de hombres pretenden
haber, visto yo no lo vi jamás. Y, sin embargo, aunque soy pequeño entre
los pequeños, aunque constituyo un tipo de evolución media, difícil ha
de ser hallar en el mundo un hombre que con más encarnizamiento haya
tocado a la puerta de acero del misterio, que se endereza imponente en
la montaña, en medio de la noche. El aldabón resuena en las tinieblas,
con sonoridades pavorosas: ¡pero nadie me responde! Todos los anhelos de
mi vida han volado hacia el Arcano. He podido ser vicioso, mediocre,
malo; pero en mi espíritu ha habido siempre. un aleteo, un verberar
ansioso hacia lo Desconocido. Siempre he creído en Dios, no en el Dios
antropomorfo de las religiones, sino en la incomprensible Causa de las
causas, y ciertamente por esa fe, que si ha podido padecer eclipses,
porque soy hombre no más, han sido eclipses momentáneos, yo merecería
quizá que ahora, en que he perdido el único bien que tenía en la vida,
la pupila interior que todos tenernos en germen se abriese y ¡por fin!
mírase el más allá, el borderland de los ingleses, el plano superfísico
en que vive una vida más amplia que la mía mi muerta, mi muerta adorada,
que acaso revolotea en torno mío, con la angustia de que no. percibo ni
sus palabras de consuelo ni sus divinos besos impalpables! (*) “Extraño
espectáculo dice “Julia” en sus Cartas- De vuestro lado, almas llenas
de angustia por los muertos; del nuestro, almas llenas de tristeza
porque no pueden comunicarse con los que aman… ¿Qué podría. nos hacer
para unir a esas personas tristes, abrumadas despena?”
Amado Nervo y su hija adoptiva, Margarita Dailliez
En cierta ocasión ella me dijo: “Anoche
soñé que estaba muerta y que tú llorabas sin consuelo cerca de mi
cadáver. Pero yo continuaba viviendo, yo me hallaba a tu lado y te
decía: ¡No llores! aquí estoy. Mírame… Sólo que tú no me mirabas y
seguías llorando.”
¿Será ésta, Dios mío, la maravillosa
realidad presente? ¿Fue verdad su sueño? ¿Se halla a mi lado y yo no la
veo, porque inexorablemente se niega a abrirse mi pupila interior?
Muerta mía, muerta mía, ¿no me ha de
quedar, pues, más vehículo para comunicarme contigo que el de mi propio
cuerpo, que convulsivamente se agita con mis sollozos? ¡Ven, mira con
mis ojos la soledad infinitamente hosca de mi vida! Gusta con mi boca la
salsedumbre de mis lágrimas. Haz el bien con mis pobres manos que se
enclavijan o agitan en las tinieblas. Marcha con mis pies, en pos de
todas las desgracias, para socorrerlas; conmuévete con mi corazón de
todos los dolores humanos; logra que mi vida sea una continuación de la
tuya… No te estorbará mi espíritu para infundir el tuyo en mi cerebro.
¿No eres por ventura más yo que yo mismo? ¡Realizaremos, pues, así el
ensueño de dos almas en un solo cuerpo! Swedenborg, en su tratado de las
Delicias de la Sabiduría Angélica, sobre el amor conyugal, dice: “Y he
aquí que en aquel instante apareció un carro que bajaba del cielo
supremo o tercer cielo; en ese carro se veía un solo ángel; pero, al
aproximarse, se vio que eran dos…”
Mas hablemos del segundo modo de que ella me sea restituida, que es el de ir a buscarla, por el camino real de la muerte.
Cuando yacía en su ataúd negro, rodeada
de cirios, cubierta de flores, mostrando esa sonrisa prodigiosa de
serenidad con que sonríen algunos. Según Annie Besant, existen ya en el
cerebro los órganos del sentido o visión astral Y. de la percepción del
pensamiento: son la glándula pituitaria y la glándula pineal. En algunos
seres privilegiados funcionan ya…muertos, yo experimenté, y lo he
experimentado después con gran vehemencia, el deseo de matarme, lo que
los portugueses llaman con tanto acierto “a vontade da morrer…”Rémy de
Gourmont, en su libro deliciosamente escéptico, Una noche en el
Luxemburgo, pone impíamente en boca de Cristo esta defensa del suicidio:
“El suicidio es un monstruo que deberíamos acostumbrarnos a mirar con
calma. Comparado a ciertos males físicos, a ciertos dolores, a ciertos
infortunios, se nos mostraría pronto como un amigo muy feo, pero muy
cordial. ¿No merece acaso los nombres más dulces? ¿No es el consolador?
¿No es la manumisión?”
Dentro de mí alguien defendía también el
acto aniquilador en parecidos términos; pero… ¡tuve miedo, miedo de que,
según tantas lecturas pretenden, mi voluntaria destrucción me apartase
para siempre del objeto adorado, en cuya busca justamente quería ir,
Varias veces acaricié la “cacha” de mi browning, un verdadero jugué. te,
construido en Bélgica, que automáticamente podía disparar en mi sien
seis balas blindadas, como otras tantas llaves para abrir las puertas
del au delá… Pero me asustó, no la aprensión vulgar de la muerte, sino
el horror de una ausencia todavía más terrible infligida por castigo, y
junto a la cual nada significa este relámpago, esta ilusión, esta
fantasmagoría de la vida, tras de la que Ana me aguarda, quizá, de par
en par abiertos los amorosos brazos invisibles! “¡Desgraciado! exclamó
la Espirita de Téophile Gautier, estrechando contra su corazón de
fantasma a Guido, que iba a -suicidarse- ¡No hagas eso! ¡No te mates por
unirte a mí! ¡Tu muerte así provocada, nos separaría sin esperanza, y
abriría entre nosotros abismos que millones de años no bastarían a
franquear! ¡Vuelve en ti! Soporta la vida, que, por larga que sea, no
dura más que la caída de un grano de arena… Para soportar el tiempo,
piensa en la eternidad, en que podremos amarnos siempre”.
Y he aquí cómo inveteradas ideas
espiritualistas, que desde mi infancia anclaron en el alma, ahondadas
por tantas lecturas, me han impedido la muerte; gracias a ellas. . . ¡ni
puedo vivir ni puedo morir!
El tormento empero de esta mutilación, de
esta cirugía brutal de la muerte, no consiste para mí, precisamente, en
la separación, en el dolor atroz que trae aparejado; consiste, sobre
todo, en una idea irremovible, indescepable, que pesa sobre mi corazón y
gravita sobre mi alma despiadadamente: la idea de que la vida en cuyos
brazos no somos más que míseras briznas de heno, ha de recobrar por
fuerza sus fueros y me ha de traer por fuerza el olvido. Esta idea me es
tan intolerable, que me hace desear fervorosa, apasionadamente la
muerte. En las cartas de pésame, en las palabras de consuelo de los
amigos, esta idea horrible, hija de la milenaria experiencia de los
hombres, se encuentra a cada paso: “Ya se resignará usted. Ya olvidará
usted. Ya se tranquilizará usted. Ello es inevitable. Nadie escapa a ese
leteo … ” ¡Nadie! ¡Nadie! El dolor posee las mismas leyes rítmicas que
el movimiento, y como un péndulo cuya oscilación disminuye de amplitud,
la excitación de la angustia se apacigua y se cambia en una especie de
apatía, como enseñan las metafísica.
Y mis entrañas sangran al oírles y al
leerles, y experimento inefable angustia, porque yo también sé que,
irrevocablemente, tengo que consolarme; que ni siquiera, alma mediocre,
mesócrata mezquino, puedo aspirar al privilegio de llorar mientras viva,
a mi muerta… ¡a menos que viva poco! Esta fatalidad del consuelo me es
más odiosa que la fatalidad de la tortura, porque el dolor ennoblece (La
douleur C’est la noblesse unique) y el consuelo, la alegría, son
bellacos. En los brazos invisibles de ese gigante que parece sombrío y
que es luminoso: el dolor, me he sentido, un poquito dignificado. Desde
que mi Ana cayó estrujada por la fiebre, he crecido. Mi talla moral ha
ganado algunos centímetros. ¿Y he de volver a achicarme? ¿He de volver a
sonreír y a decir frases sonoras en las triviales asambleas de los
hombres? ¿Han de absorberme otra vez las tareas burocráticas? ¿He de
vestirme y desvestirme el frac para hacer reverencias y distribuir
sonrisas en los salones mundanos? Y el freno que hoy he puesto a mi
deseo, al impulso incontrarrestable de la vida, ¿ha de romperse? ¿Y he
de buscar a la hembra? -¡yo que tenía a mi lado a la mujer casi
perfecta, llena de una dignidad amable y de una altivez graciosa; a la
mujer solícita, que me envolvía, me penetraba, me saturaba de su ternura
…
¡Oh!, que aquellos cuya alma delicada
haya pasado por la amargura de estos pensamientos, se conduelan de mi
mal. El Destino nos dice: -¡Pobre criatura; ni siquiera te es dado
sufrir perennemente; ni siquiera eres capaz de llorar toda una vida!
¡Para sufrir siempre se necesitan almas elegidas! La tuya no es de su
temple. Yo quiero que vivas, aunque tú no lo quieras. Eso es asunto mío.
¡Qué me importan a mí tus ideologías! ¿Acaso no eres carne? Pues a
comer, a reír, a buscar a la hembra placentera… y a llorar a veces, sí,
pero por otras cosas. ¿Qué estas cosas serán menos nobles que lo que
ahora te penetra y te domina? ¡Y a mí qué! No es humano morar en
excelsitudes espirituales como las que sueñas. .. Hay que bajar, hay que
descender a las capas inferiores a que te arrastra tu densidad
espiritual.
¡Ay!, yo soñé con que mi Ana me
acompañase hasta la vejez. Pensé que, en un porvenir indefinido, uno de
los dos (probablemente yo) habría de irse primero, pero diciendo al
otro: Mira, es forzoso que en esta estación tome yo el tren para el
destino común, para la ciudad serena, adonde vamos… Tú seguirás aún un
poco, hasta la estación inmediata, y allí tomarás el tren a tu vez, y
nos encontraremos en la ciudad dentro, de poco. ¡Allí te espero! Mas
partir ella así, en plena juventud, y dejarme a los cuarenta y un años,
solo, en una estación, quizá muy lejana de aquella donde yo debo
emprender el definitivo viaje.. .
A menos que… Sí; a menos que la misericordia de Dios luzca al fin sobre mi cabeza, y el Destino haga otro signo a la muerte…
¡Oh, amigo, que quizás leerás estas
páginas deshilvanadas, inconexas y tristes! ¡Ojalá que, al leerlas,
sepas ya que mi deseo fue realizado!
Ojalá que, lleno de una generosa simpatía
para mí, exclames: -¡No se mostró con él inexorable la muerte! De la
estación donde se quedó solo, a aquella donde debía tomar el tren para
la Ciudad Serena, había poco trecho. ¡Pero él no lo sabía! ¡Su adorada
sí lo supo, y por eso sonreía en su ataúd con esa sonrisa que contagiaba
de paz!
Dios no quiso que en mi vida, resultante
de un Karma mediocre, hubiera grandes nobleza. Ni siquiera me ha sido
dado realizar el poco bien que intenté. Pero ¿quién me dice que, ante la
humanidad de mi ruego. la sombra no ha de tener oídos? ¿Quién me dice
que la concesión suprema e. inmerecida que ansío, no ha de regocijar mis
huesos? ¿Quién me dice. en fin, no he de partir, joven aún, en busca de
mi alma gemela, antes de que ella ascienda: a planos donde el aire
espiritual, enrarecido para mí, no me permita respirar?
Entre los versos de Serenidad hay unos que dicen:
No te apartes de mi vera,
muere tú cuando yo muera.
¡Yo te lleve, pues te traje!
Fuiste noble compañera de viaje.
Rimemos nuestros destinos
para todos los caminos
que habremos de recorrer
en lo inmenso del arcano,
y vayamos por la muerte de la mano,
como fuimos por la vida: ¡sin temer!
Estos versos la complacieron en extremo.
Repitió varias veces los últimos, y aun vibra en mis oídos el metal de
su acento, cuando insistía en el final: ¡sin temer! Yo no soy más que la
cuerda que pulsan manos desconocidas. Yo no compongo mis versos:
¡únicamente los escribo!
Yo soy la mano que traza las líneas. El espíritu sopla donde quiere.
Ego sum vox clamantis in deserto.
Entonces. . . cabe una esperanza: ¡la de
haber acertado! ¡Oh!, Dios en quien creo y a quien amo sobre todas las
cosas: ¡dame esta suprema dicha de morir ahora! ¡Hay en la otra ribera
una mano amorosa, que está extendida esperando la mía para el divino
viaje! ¡No retardes la unión de las dos! Da a mis versos el prestigio de
una profecía hecha por los ángeles.
Y vayamos por la muerte de la mano, como
fuimos por la vida: ¡sin temer! Y si, como afirman los teólogos, la
muerte no es sino un incidente periódico en una existencia sin fin, de
la mano volveremos a ir por las vidas sucesivas: de la mano por las
vidas y por las muertes. Pero si, lector, por el contrario, al leer
estas notas sabes que existo,
compadéceme. Envejezco en alguna
metrópoli, cogido entre los engranajes del vivir cotidiano; acaso he
contraído lazos… Tengo deberes, tediosos quizás; y en tanto, mi pobre
desaparecida se hunde, se hunde en los abismos del infinito: navega sola
en otro cielo, hacia riberas tan remotas, que nuestra mente se fatiga
sólo de pensarlas. Les morts font de longs voyages… Compadéceme, porque
Dios no quiso oírme, y no merecí de su misericordia esa serena dignidad
de la muerte. Caeré, pero más tarde, profanado por la baba del mundo,
agobiado por esfuerzos triviales de esos que demanda hora a hora la
lucha por la existencia.
Quizá -¡oh, vergüenza suprema!-, como el
presidiario acaba por amar su jergón maloliente y la húmeda penumbra de
su calabozo, yo habré acabado por amar con egoísmo senil la vida, y
tosiendo y claudicando, me aferraré, sin embargo, al horror y a la
vulgaridad de mis días.
¡Oh!, yo merezco ciertamente este
crepúsculo…, ¡pero ahora no quiero presentirlo! ¡Ilusión, nodriza de las
almas, no me abandones! ¡Déjame creer que soy amado de los dioses, y
que en plena virilidad voy a rendir mi espíritu y a volar libérrimo al
lado del alma que me aguarda más allá de las puertas!
Todas las noches, al sentir la, suave
invasión del sueño, me digo: “Quizá no despertaré”. Y me complazco en
cruzar las manos sobre él pecho, con esa definitiva actitud de reposo…
¡que tanto ansío! Y por las mañanas el alba que se cuela, con su
insoportable tinte azul, por las rendijas me produce desconsuelos
insondables. Es ésta la hora más terrible de las veinticuatro, que como
dos docenas de puñales se me clavan a diario In el corazón. La angustia
de vivir trepa hasta mi garganta, y me produce náuseas invencibles.
Afuera, el invierno, de una crudeza
excepcional, sacude los árboles, el viento aúlla, la lluvia azota las
vidrieras; nubes bajas ventrudas, de un plomo cobrizo, pasan
atormentadas y trágicas.
Y yo, echando mano de mis reservas de
voluntad, hago dolorosamente el esfuerzo previo para vivir, y con el
gesto resignado del enfermo que accede a tomar la poción nauseabunda,
empiezo a tragarme el contenido turbio del vaso de la existencia.
Pero no blasfemo: acato. Lo inevitable es
la única certidumbre que tenemos de la voluntad de Dios. “Todos y cada
uno me adoran dice el Eterno en un diálogo de Renán por la resignación
que ponen en soportar la vida para fines de mí sólo conocidos.” Y nada,
ni la espantosa mutilación que he sufrido, puede arrancarme la le en
Cristo. ¡El ha partido en dos mi corazón, mas en la mitad sangrienta y
temblorosa que me queda, hay todavía bastante amor para bendecir a
Jesús!
Sobre el mármol de su cómoda ha quedado
su sombrero, tal como ella lo puso el último día que salió al tornar a
casa. Sus pieles y su blusa negra, pendientes de la percha en que sus
manos las colocaron con esa meticulosidad que le era propia y que hacía
de ella la ménagére por excelencia, tienen aún su’ olor de mujer limpia,
su olor que respiré más de diez años. Las otras prendas de su ropa
cuelgan lacias en el vestidor. Por dondequiera sus huellas me salen al
paso. El lecho vacío me parece desmesurado:
Ha de sobrarme la mitad del lecho, y ha de faltarme la mitad del alma.
Frecuentemente coloco una silla al borde
de la cama, pegado al sitio donde expiró, y en la penumbra de la alcoba
evoco toda una vida: la noche de París en que la conocí, el 31 de agosto
de 1901. Yo iba en busca de una muchacha del Barrio Latino, con quien
me permitía matar el tiempo, que por aquel entonces, y a raíz de grandes
contrariedades, no tenía para mí más que tedio. La muchacha no acudió a
la cita y, en cambio, la mano misteriosa que teje los destinos, nos
puso a Ana y a mí frente a frente. Ella paseaba con una hermana y, según
supe después, había salido aquella noche impulsada por un tedio tan
grande como el mío. También ella tenía dolores, y su hermana, solícita,
angustiada al verla lloraran el rincón de su casa, insistió para que
saliese: Si tu restes le dijo tu deviendras folle Ella se dejó
convencer… El arcano iba a arrojarla en mis brazos.
Un minuto más o menos, y no nos hubiéramos encontrado.
Pero estaba escrito.
Nuestra simpatía fue inmediata; mas a
pesar de ella, la almita ingenua y temerosa se resistía a entregarse. La
vida había sido hosca con ella y tenía miedo.
Yo no soy una mujer para un día me dijo
enérgica, pero sonriente. Pues ¿para cuánto tiempo? le pregunté, entre
ligero y ansioso. Para toda la vida. -¡Está bien! Y cuando al fin
(después de días deliciosos en que la persistencia del amor, aunque no
lograba la posesión, ya se la prometía serena) ella se entregó sin
reserva al hombre a quien empezaba a conocer y estimar, nos repetimos:
“¡Para toda la vida!” Y para toda la vida fue… desde aquella noche
bendita del estío de 1901, hasta esta lívida mañana del invierno de 1912
en que su hipo de agonizante resonó como eco espantoso en mi corazón.
Más de diez años de un amor confiado,
lleno de abandonos. Más de diez a de esa cosa deliciosa y divina que se
llama el cariño, y que resume todas las cordialidades, todas las
intimidades, todas las seguridades de la vida.
París, Londres, Nueva York, México,
Bruselas, Roma, Venecia, Florencia… Medio mundo nos vio juntos. ¡Adónde
iré ahora que no me encuentre con su fantasma! ¡En qué lugar no he de
ver su huella bendita! ¡Qué paisaje no ha de reconstruírmela!
Por dondequiera que me empuje mi hosco
destino, he de abrir los brazos para apretar contra mi corazón su
espectro adorado, y no he de estrechar más que mi angustia…, mi angustia
y la trenza de su cabello castaño, impregnado del sudor de su agonía,
que es lo solo material que me queda de la compañera única de mi vida,
de la que me quiso pobre y triste, enfermo y olvidado; de la que me
ofreció siempre con ímpetu generoso la cordialidad de sus brazos, la
seguridad de su apoyo, la lucidez de su instinto; a la que debo la
orientación de mi existencia y el no haber caído definitivamente tantas
veces en los hoyancos del camino.
-¡Ah, Señor!, cómo no creer en Ti, cuando
vemos disolverse todo esto en la incomprensible negrura de la muerte.
Un instinto invencible nos fuerza a asirnos con crispada mano a la
promesa de Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí,
aunque haya muerto vivirá”. Es imposible que ese instinto nos engañe. La
naturaleza no nos ha atormentado el alma con sed de inmortalidad, para
volvernos tántalos inexplicables en un infinito hipotético (natura nihil
facit frustra). Este amor, esta avidez de lo absoluto tan contraria a
las exigencias materiales, esta atracción invencible que el arcano
ejerce sobre nuestros espíritus, esta ansia inconmensurable de
persistir, son un indicio seguro de eternidad.
Creo en Ti, Señor; creo que los vivos y
los muertos estamos, por el mismo concepto, en tus brazos. En ti
vivimos, nos movemos y somos, La muerte, como tantas veces lo repetí a
mi adorada, es sólo una ilusión. ¡La muerte no existe! ¡Yo lo proclamo
con energía, a pesar de mi soledad aparente, a pesar de mi angustia
inefable! Mi pobre alma está encerrada en esta fortaleza del cuerpo. Es
una triste princesa metida en una torre impenetrable, con cinco
mezquinas ventanillas (los cinco sentidos) para adivinar el inmenso
mundo exterior. A veces le parece escuchar como el ruido de un mar que
con rumores de seda que se desgarra, bate los pies de su fortaleza… A
veces cree haber visto pasar seres alados que con majestad inmensa
agitan sus plumajes níveos; a veces oye rumores armoniosos de palabras,
fragmentos de músicas… Ansiará empinarse y ver los horizontes que
presiente… ¡Pero las cinco ventanas están muy altas, son muy estrechas!
Mi alma, la infinita prisionera, sabe que
los muertos amados que, al derrumbarse su castillo de carne,
adquirieron el privilegio del vuelo, pugnan por acercarse a ella, la
solicitan, la guardan, pero sabe también que el castillo es inexpugnable
por ahora, que la coraza de carne es invencible. . — que sólo a veces,
cuando duerme, esa muerte periódica del sueño le abre las puertas de la
prisión; pero que al despertar se halla de nuevo presa y no puede
acordarse sino con una enigmática vaguedad de sus departimientos con las
otras almas…
Sabe todo esto, sí, y se resigna a la ley
de Dios, que un día desmoronará piadosamente la dolorida arquitectura
de sus huesos. Su convicción indestructible le dice que amores como el
amor de que fue objeto son más poderosos que la muerte, y llena de
unción, exclama ¡Oh!, muerte, ¿dónde está tu aguijón? ¡Oh!, sepulcro,
¿dónde está tu victoria?
Además, un raciocinio piadoso le
argumenta de esta suerte para consolarle: “Cuando vivías con ella, cada
instante os separaba, porque os acercaba al día tremendo de su muerte;
ahora que se ha ido, cada instante que pasa os acerca, porque es un
instante menos en la vida y por lo tanto de ausencia, porque abrevia el
plazo, vencido el cual, tu alma, que se exhalará de tus labios
descoloridos, y su alma, que te aguarda en la ribera, se fundirán
locamente en un divino beso de amor!”
Así, pues, lector, tú que pensaste acaso
hallar en este libro, como en el anterior, el ambiente del célebre
cuadro de Henri Martin que se llama Sérénité, aquel ambiente lleno de
radiaciones crepusculares, de sosiego augusto, y aquella asamblea de
seres nobilísimos, en un bosque saturado de paz, sólo te encuentras con
un nuevo sollozo del atribulado poeta de las Místicas y de los Jardines
interiores.
¡Serenidad! ¿La merecía yo por ventura?
Ella es privilegio de espíritus incomparablemente más altos que mi
espíritu. Mi serenidad en este libro se llama Resignación.
Perdóname, tú que me lees. Pude suprimir
la intimidad de un prefacio tan sombrío; pero sentí que debía a mi
Muerta estas páginas. Aquí, donde las escribo, hace apenas dos meses, le
leía aún mis versos…
Sólo me queda ahora por decir a mi Ana lo
que pensé al besar su frente (tan fría que hasta los cabellos estaban
helados) en el momento supremo en que iban a cerrar su ataúd:
Gracias, idolatrada mía, del fondo de mis entrañas, por los diez años de amor que me diste. ¡Que Dios te bendiga!
Y tú, lector, si crees en las promesas de
Jesús y has llegado hasta estas líneas, ruega por Ana Cecilia Luisa
Dailliez, para quien amorosa mente escribo este libro. ¡Ora por ella y
que Dios te bendiga también!
AMADO NERVO.
Febrero de 1912, Madrid.
DOS ESCRITOS MÁS DE AMADO NERVO
«GRATIA PLENA»
Todo en ella encantaba, todo en ella atraía:
su mirada:, su gesto, su sonrisa, su andar…
El ingenio de Francia de su boca fluía.
Era llena de gracia, como el Avemaría;
¡quien la vio no la pudo ya jamás olvidar
Ingenua como el agua, diáfana como el día,
rubia y nevada como Margarita sin par,
al influjo de su alma celeste amanecía…
Era llena de gracia., como el Avemaría;
¡quien la vio no la pudo ya jamás olvidar!
Cierta dulce y amable dignidad la investía
de no sé qué prestigio lejano y singular.
Más que muchas princesas, princesa parecía:
era llena de gracia como el Avemaría:
¡quien la vio no la pudo ya jamás olvidar!
Yo gocé el privilegio de encontrarla en mi vía
dolorosa; por ella tuvo fin mi anhelar,
y cadencias arcanas halló mi poesía.
Era llena de gracia como el Avemaría;
¡quien la vio no la pudo ya jamás olvidar!
¡Cuánto, cuánto la quise! ¡Por diez años fue mía;
pero flores tan bellas nunca pueden durar!
¡Era llena de gracia, como el Avenaría,
y a la Fuente de gracia, de donde procedía,
se volvió. . . como gota que se vuelve a la mar!
♣♣♣♣
DENTRO DE TI ESTÁ EL SECRETO
Busca dentro de ti la solución de todos los problemas, hasta de aquellos que creas más exteriores y materiales.
Dentro de ti está siempre el secreto; dentro de ti están todos los secretos.
Aún para abrirte camino en la selva
virgen, aún para levantar un muro, aún para tender un puente, has de
buscar antes, en ti, el secreto.
Dentro de ti hay tendidos ya todos los puentes.
Están cortadas dentro de ti las malezas y lianas que cierran los caminos.
Todas las arquitecturas están ya levantadas dentro de ti.
Pregunta al arquitecto escondido: él te dará sus fórmulas.
Antes ir a buscar el hacha de más filo, la piqueta más dura, la pala más resistente, entra en tu interior y pregunta…
Y sabrás lo esencial de todos los
problemas, y se te enseñará la mejor de todas las fórmulas, y se te dará
la más sólida de todas las herramientas.
Y acertarás constantemente, puesto que dentro de ti llevas la luz misteriosa de todos los secretos.
♦♦♦♦♦♦
NOTA: Publicado en la revista “La Luz del Porvenir” (Órgano de la Federación Espiritista Española), noviembre de 1931, pág. 233.
TOMADO DE:
https://grupoespiritaisladelapalma.wordpress.com/2014/03/17/amado-nervo-poeta-espiritista/
jueves, 2 de agosto de 2018
UNA LLAMADA DE ATENCIÓN
Editorial cbce@cbce.info
Bien es cierto que todo necesita su tiempo. No podemos modificar nuestros esquemas mentales de un día para otro, ni tan siquiera de una existencia a otra. En general, se necesitan varias -o muchas- etapas para variar nuestra forma de pensar. Para desechar ideas, hábitos, y predisponernos a abrir nuestra mente con el fin de permitir que otros conceptos aniden hasta formar parte de nosotros.
Cualquier transición es lenta, y así es lógico que sea. Los cimientos firmes son aquellos que se han hecho sin prisas, habiendo tenido el periodo necesario para reposar y adquirir la solidez adecuada con el fin de resistir los embates del tiempo, y ofreciendo, a su vez, la seguridad indispensable capaz de sostener la futura edificación.
Lo mismo sucede con el Espiritismo. A medida que nos adentramos en la comprensión del mensaje que nos ofrece la filosofía espiritista, vamos tomando consciencia de los equívocos en los que caemos tanto en el entendimiento de sus postulados, como en el uso de su terminología.
¿Y por qué esta introducción?, dirán los amigos lectores.
Pues bien, recientemente nos ha llegado una serie de escritos procedentes, según parece, de una página espirita o que utiliza el vocablo “Espirita”, en los que se emplean expresiones propias de la iglesia católica, totalmente inadecuadas dentro del contexto espiritista; tales como: la virgen María, el espíritu santo, rezar un número determinado de oraciones, etc. etc.
Con la velocidad con que las redes sociales se mueven, seguro que ello habrá llegado al conocimiento de otras personas que quizás no saben nada, o muy poco, sobre esta filosofía, y que al ver su procedencia y leer su contenido les puede provocar tal confusión que la idea que se formen nada tenga que ver con la realidad.
¿Por qué esos desatinos y tales mezclas?
Meditemos la célebre frase de Amalia Domingo Soler:
“ESPIRITISTAS ANFIBIOS, aquellos que se mueven en dos ambientes; los que leen las obras de Allan Kardec y encienden una vela al Cristo de la Salud; evocan a los espíritus y al día siguiente van a oír misa por el alma de sus difuntos…”. Cuando eso ocurre, es que muy poco, o nada, se ha leído o entendido de la Obra de Kardec.
Y como consecuencia de todo lo citado, los que sólo han oído hablar de “esas cosas”, que no conocen, o de las que únicamente tienen cierta información, generalmente deformada, sacan conclusiones precipitadas e inciertas, imprimiendo al Espiritismo una fama que, en absoluto, le corresponde.
De ahí aquella frase lapidaria de Camille Flammarion1, con la que no estamos de acuerdo, en lo que se refiere a la primera oración, que subrayamos:
“El Espiritismo tiene mala reputación y se la merece. Sus adeptos carecen de método en su mayoría; no son ponderados y se dejan engañar por ilusiones. Al examen imparcial y crítico, sin el cual no se puede estar seguro de nada, prefieren una creencia y una religión consoladoras” (“La muerte y su misterio”, Vol. III).
Esa “… mala reputación que se merece…”, según dijo Flammarion, es debida a la ignorancia de los que se presentan como espiritistas, que con su conducta y manifestaciones ambiguas siembran la confusión, pero NO al Espiritismo, en sí. “En el Espiritismo se encuentra a faltar, demasiadas veces, ese “examen imparcial y crítico” que preservaría a esta doctrina filosófica y científica de los vaivenes que imprimen a su camino, muchos simpatizantes que se dicen espiritistas, sin haber entendido realmente lo que esta palabra significa en cuanto a esforzarse en una trayectoria de sobriedad, rectitud, estudio y asunción de las propias responsabilidades. Si así se hiciera; mejor dicho, si así se intentara hacer, se contribuiría a ir borrando del Espiritismo ese estigma de su pésima reputación que, dicho sea de paso, no se la merece ya que es una de las más importantes doctrinas filosóficas enseñadas a la Humanidad. Los espiritistas en general y los dirigentes en particular hemos de esforzarnos en dignificar todo aquello que envuelve el concepto espiritista.”
Por el bien del Espiritismo, esta doctrina optimista, humanista y librepensadora, y por todos los que nos sentimos espiritistas, seamos conscientes del bien y, a la vez, del daño, que podemos provocar con comportamientos, prácticas y manifestaciones totalmente incongruentes y fuera de lugar.
Y volviendo al encabezamiento, las transiciones siempre son lentas, ¡muy lentas! Quienes actúan de ese modo, sin duda están transcurriendo una etapa de su transición. Pero, a pesar de ello, podemos y tenemos que ser capaces de intentar ser más sensatos, en todo lo que concierne a nuestra existencia y, sobre todo, en la terminología que usamos. El Espiritismo, como filosofía de vida que es, nos marca el camino para poder llegar antes a la meta que nos concierne, que es la del equilibrio, la de la paz y armonía interior. ◙
TOMADO DE:
FLAMA ESPIRITA JULIOL / SETEMBRE 2018
lunes, 30 de julio de 2018
sábado, 21 de julio de 2018
Cuando tratas de investigar algún punto de la doctrina espírita con espiritistas cristianos -que son los que, según mi experiencia, más suelen tender al fundamentalismo-, rápidamente te hacen referencia a ciertos libros escritos por ciertos autores o revelados por ciertos espíritu superiores. Obviamente estas fuentes son de ayuda y deben ser estudiadas pero, ¿significa ésto que hay que someterse a ellas sin investigación? ¿Debemos creer a pies juntilla lo que dice tal persona por muy docto que sea? ¿Debemos rendirnos a lo que nos dice un espíritu, por muy laureada que haya sido su persona en vida o muy santificado nos resulte su supuesto nombre?
Por
supuesto que no. Y a este respecto he encontrado un
interesante
párrafo de Allan Kardec escrito en su Evangelio según el
espiritismo:
Se
sabe que los espíritus, a consecuencia de la diferencia que
existe
entre sus capacidades, individualmente están lejos de poseer
la
verdad absoluta; que no a todos les está dado el penetrar
ciertos
misterios; que su saber es proporcionado a su purificación,
que los
espíritus vulgares no saben más que los hombres, y menos que
ciertos hombres; que hay entre ellos, como entre estos
últimos,
presumidos y sabios de falsa instrucción, que creen saber lo
que no
saben; sistemáticos que toman sus ideas por la verdad, y, en
fin,
que los espíritus de un orden más elevado, los que están
completamente desmaterializados, son los únicos que se han
despojado
de las ideas y de las preocupaciones terrestres; pero
también se
sabe que los espíritus mentirosos no tienen reparo en tomar
nombres
supuestos para hacer aceptar sus utopías. Resulta de esto,
que todo
lo que está fuera de la enseñanza exclusivamente moral, las
revelaciones que cada uno puede obtener, tienen un carácter
individual sin autenticidad, que deben ser consideradas como
opiniones personales de tal o cual espíritu y que se
cometería una
imprudencia aceptándolas y promulgándolas ligeramente como
verdades
absolutas.
La
primera comprobación, sin duda, es la de la razón, a la que
es
preciso someter,
sin excepciones, todo lo que viene de los espíritus; toda
teoría en
contradicción manifiesta con el buen sentido, con una lógica
rigurosa, y con los datos positivos que se poseen, sea quien
quiera
el que la firme, debe ser rechazada.
Por
si se nos ha pasado algún punto al leer este párrafo,
permitidme volver a
señalar las ideas que creo importantes:
-
Los espíritus están lejos de poseer la verdad absoluta.
-
Los espíritus de un orden más elevado, los que están completamente desmaterializados, son los únicos despojados de las ideas y preocupaciones terrestres.
-
Todo lo que no sean enseñanzas morales, las revelaciones que cada uno pueda obtener, tiene un carácter individual sin autenticidad, que deben ser consideradas como opiniones personales de tal o cual espíritu y que se cometería una imprudencia aceptándolas y promulgándolas ligeramente como verdades absolutas.
¿Por
qué hemos obviado este aviso que ya nos hizo Kardec en su día?
Continúa:
-
La primera comprobación, sin duda, es la de la razón, a la que es preciso someter, sin excepciones, todo lo que viene de los espíritu.
-
Toda teoría en contradicción con el buen sentido, con una lógica rigurosa, sea quien quiera el que la firme, debe ser rechazada.
¿Por
qué hemos dado la espalda a estas importantes indicaciones del
Sr.
Kardec?
José M.

miércoles, 18 de julio de 2018
LA CONVERSIÓN ESPIRITISTA DEL PRESBÍTERO CARLOS MARÍA DE HEREDIA
22 octubre 2013 por idafe
Por: Oscar M. García Rodríguez

Fue amigo íntimo de Harry Houdini (Erik
Weisz era su verdadero nombre), el gran mago y escapista norteamericano
de origen húngaro, quien se destacara también por su denodado esfuerzo
en demostrar que tras las sesiones
mediúmnicas – donde se sostenía que los espíritus se manifestaban – lo
único que se escondía era un monumental fraude. Y a semejanza de éste,
el padre Heredia se dedicó igualmente durante años a hacer giras y
presentaciones por diferentes ciudades norteamericanas y en México, en
cuyos teatros ofrecía un espectáculo en el que mediante artes de
prestidigitación imitaba parte de los fenómenos que se producían en las
sesiones con los grandes médiums de antes y de entonces.
Todo esto no tendría mayor importancia y
podría dejarse aquí como uno más de los hechos que forman parte del
amplio anecdotario de reacciones tendenciosas que el surgimiento del
Espiritismo provocó en ciertos ámbitos, ya que la literatura de
oposición a los hechos y tesis espíritas cuenta con un buen número de
títulos originados dentro de nuestro ámbito cultural – especialmente
encuadrados en el orbe católico – en su mayor parte vacíos de unas
mínimas condiciones de objetividad que permitan a cualquier persona
ajena a prejuicios, siquiera tenerlos en consideración. Ahora bien, lo
que no sabe la inmensa mayoría de lectores de la citada obra, que siguen
considerando como uno de los más logrados exponentes de la “cruzada
antiespiritista”, es que algunos años más tarde el padre Heredia vivió
una experiencia fundamental que hizo cambiar radicalmente su antagónico
posicionamiento en torno a la fenomenología mediúmnica y la
interpretación espiritista. A este poco divulgado acontecimiento nos
vamos a referir seguidamente.

Desde principios de 1940, en que
comenzaron a redactarse los protocolos de las sesiones, hasta el mes de
abril de 1952, se realizaron, primero en el Círculo y luego en el
I.M.I.S., un total de 107 sesiones con el notable médium mexicano de
efectos físicos Luis Martínez, apodado “Luisito” (1898-1973), en las que
se obtuvieron importantes fenómenos, incluyendo la materialización
completa de diversas entidades espirituales.

“En el otoño de 1941 leía en la
revista neoyorquina “Newsweek” un artículo sobre personajes ‘olvidados’.
Junto con Mary Garden y Romain Rolland, menciona a Plutarco Elias
Calles. (…) Del antiguo “jefe máximo” de la revolución mexicana,
afirmaba que a raíz de su regreso a México, después de largo exilio
estadounidense, estaba convirtiéndose al catolicismo, por obra de un
sacerdote de la Compañía de Jesús: don Carlos María de Heredia. Añadía
«Newsweek» que el renombre universal de jesuita Heredia se debía a la
controversia con Sir Arthur Conan Doyle, en que demostró
irrebatiblemente al padre de Sherlock Holmes que el espiritismo es un
conjunto de trucos y alucinaciones”.

“¡El General Calles, promotor de la
lucha entre el estado y la Iglesia, dejaba de ser lobo y se volvía una
mansa oveja de la grey cristiana! Me pareció extraordinario. Al
encontrarlo, un domingo de ese mismo año, en la casa del Dr. Abraham
Ayala González, le pregunté si la noticia de «Newsweek», que entretanto
había sido reproducida por la prensa diaria de México, correspondía a la
verdad”.
La respuesta obtenida, como se verá, era
radicalmente diferente a lo que había sido recogido, con sospechosa
intención, en los citados medios escritos:
“Mi pregunta pareció divertir mucho al
general. Carraspeó, me dio una manotada cordial en el hombro, y me dijo
algo que me dejó perplejo:
-Confidencialmente, amigo, muy
confidencialmente, le digo que hay que invertir los términos. Soy yo
quien estoy convirtiendo al padre Heredia”.
Sigue diciendo el Dr. Gutierre Tibón:
“Volví a ver al general Calles en
forma de fantasma, varios años después de su muerte, en las sesiones del
Instituto Mexicano de investigaciones Síquicas. Dos veces se iluminó
bastante para que yo pudiera reconocer la inconfundible fisonomía del
caudillo: amplia la frente, los ojos pequeños, las cejas hirsutas, el
bigote menudo, el mentón voluntarioso. Me saludó con una palmada a la
espalda. También reconocí su voz: tenía la misma aspereza. Antes de
hablar tosía ligeramente, como acostumbraba hacerlo en vida. ¿Qué dijo?
¿Cuáles fueron sus mensajes? Una vez, después de saludar, habló así:
‘Vuelvo a repetirles que me siento muy satisfecho y como siempre me da
mucho gusto estar entre todos ustedes. Les quedo muy agradecido a mis
amigos y especialmente a Rafael, por haberme encauzado en esta senda
que me ha conducido directamente al progreso espiritual’”.

Poco después el introductor de la obra
nos aclara definitivamente el sentido de la sorprendente respuesta que
le diera el general Calles:
“(…) Pasaron varios años antes de que
yo comprendiera la respuesta sibilina que me dio el general Calles
respecto a la conversión, por él provocada, del padre Heredia. Don
Plutarco estaba convencido de que el ilustre jesuita había tenido que
rendirse a la evidencia palpando la realidad de los fenómenos, es decir,
que había comprobado que no se trata ni de supercherías ni de
alucinaciones”.
En efecto, don Rafael Álvarez y Álvarez,
de acuerdo con el general Calles, cursó una invitación al padre Heredia
para que asistiera como invitado de honor a la sesión que se iba a
desarrollar en el I.M.I.S. con el médium Luis Martínez, el 24 de
septiembre de 1941, a lo cual accedió el presbítero.
El sacerdote acudió y participó en la
cadena que formaban, entre otras personas, los generales José María
Tapia y José Álvarez y el notario Andrés Ruiz. He aquí lo que sucedió:
“Aquella noche memorable se
materializó otro espíritu guía del círculo: el médico oriental llamado
maestro Amajur; y no sólo se mostró al padre Heredia con toda claridad,
sino que también vertió agua en un vaso, la saturó de fluido magnético y
se la dio a beber. Luego apareció el fantasma de la hermana María de
Jesús e iluminó su rostro de manera especial ante el asombrado
presbítero; por fin se presentó el propio doctor Enrique del Castillo
(3), rodeado por muchas pequeñas luces. Estas levantaron al médium, con
silla y todo –lo que equivale a levantar un peso de casi 100 kilos- y
silenciosamente lo dejaron en el otro extremo del cuarto de
experimentación. El fenómeno se verificaba por vez primera. Tuve la
suerte de asistir a su repetición, más tarde, y vi literalmente volar al
médium a dos metros de altura”.
Impresionado por los hechos de los que
estaba siendo testigo, desarmado por las evidencias y sin posibilidades
de dudas, el sacerdote Heredia “pedía al fantasma Amajur que se le acercara llamándole con voz entrecortada por la conmoción. ‘hermanito’” (4).
Y como explica Gutierre Tibón:
“Lo que alegraba al general Calles era
que el enemigo acérrimo del espiritismo, el que declaraba que solo se
trataba de truco y superchería, había tenido que firmar el protocolo de
la sesión. En efecto, su firma (C. M. de Heredia S. J.) aparece en
primer término y da fe de la autenticidad de los fenómenos”.
Pero el caso del padre Heredia no es
único. Muchos antiguos opositores viscerales al espiritismo, finalmente
tuvieron la decencia de retractarse de su posicionamiento
irracionalmente hostil a toda la fenomenología mediúmnica y a la
interpretación espiritista de los mismos, tras dignarse a estudiar los
hechos, viéndose con el tiempo ganados por la fuerza y consistencia de
las pruebas obtenidas en los hechos que pudieron presenciar e
investigar. Entre ellos es bien conocido el caso del antropólogo y
criminólogo italiano Césare Lombroso (1836-1909), quien llegó a confesar
en cierta ocasión:
“Hasta el año 1890, no tuvo el
espiritismo adversario más tenaz y obstinado que yo. Mi respuesta
invariable a los que me incitaban a ocuparme del estudio de los llamados
fenómenos espíritas, era que hablar de los espíritus, de las mesas y
sillas que se mueven, era el cúmulo del absurdo…”.
Pero después de investigar en profundidad
las manifestaciones mediúmnicas producidas por Eusapia Palladino
(1854-1919), Lombroso se convenció de la autenticidad de aquellos
fenómenos y de la explicación espiritista de los mismos, convirtiéndose a
partir de entonces en uno de sus más grandes estudiosos y divulgadores.
TOMADO DE: https://grupoespiritaisladelapalma.wordpress.com/2013/10/22/la-conversion-espiritista-del-presbitero-carlos-maria-de-heredia/
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
A NUESTROS PACIENTES Y AMABLES LECTORES.
Abrir este nuevo Blog conlleva una finalidad o un propósito dual. Por una parte, como ya se ha dicho al anunciar la apertura del mismo, se complementa con la finalidad impuesta a nuestro Blog hermano CULTURA Y DIVULGACIÓN ESPÍRITAS, y por la otra parte nos proponemos crear un espacio virtual, --ya que nuestras infinitas limitaciones nos privan de contar con un espacio físico-- donde reunirnos un grupo de amigos espíritas o aquellos que aún no tienen muy claras sus convicciones filosóficas y doctrinarias espíritas, pero muestran un auténtico interés en conocer qué cosa es en realidad el Espiritismo, así como también los que sólo se interesen por los temas afines al Espiritismo; la parapsicología, la psicología transpersonal, la psicología profunda junguiana y la transcomunicación instrumental.
Para cumplimentar con ese objetivo estamos invitando a todas las personas de buena voluntad interesadas en formar parte de este Centro de Estudios Espiritistas y Afines Manuel S. Porteiro, a enviarnos un mensaje a través de nuestro correo electrónico: renedayre@gmail.com para incorporarse como un estudiante serio de los materiales de estudio que extendemos de modo COMPLETAMENTE GRATUITO a través del correo electrónico y de la suscripción directa a nuestro Blog. Nuestro Centro Espírita Virtual no reconoce jerarquías, por lo que todos seremos responsables de conducir de la mejor forma posible nuestras labores de divulgación y proselitismo. Por el momento se pueden dirigir a mi humilde persona, que fungo como una especie de creador y organizador del grupo, pero esto, no implica de manera alguna que se me reconozca como un Maestro-- de los que acostumbran llamar Ascendidos-- sino como un humilde misionero y compañero vuestro en el sublime Ideario Espírita Kardeciano. NO PEDIMOS, NI ACEPTAMOS NINGÚN TIPO DE DONACIÓN MONETARIA O DE OTRA ÍNDOLE. CON EL ESPIRITISMO NO SE LUCRA. PAZ Y ARMONÍA PROFUNDAS. Vuestro compañero en el Ideal Espírita René Dayre Abella ![]()
![]() ¿POR QUÉ UN NUEVO BLOG DE ESTUDIOS ESPIRTISTAS?
Después de haber creado mi Blog Cultura y Divulgación Espiritas, se me hizo claro que necesitaba una proyección mucho más amplia para difundir la Doctrina Espírita, según la expuso y la codificó el Maestro Allan Kardec, dentro del contexto paradigmático del positivismo compteano, tan en boga en su época, actualizándola de manera magistral dentro del paradigma científico filosófico que priva en nuestros días, por el hermano Profesor. Jon Aizpúrua. Brillante expositor quien a través de su obra FUNDAMENTOS DEL ESPIRITISMO, nos lleva de la mano de manera amena y didáctica, por el vasto océano del saber folosófico espírita.
Al mismo tiempo necesitaba compartir con todos mis benevolentes lectores, ciertos conocimientos que son privativos de otras disciplinas y esquemas científicos, como la Transcomunicación Instrumental, que vienen a avalar mediante el estudio y la investigación de la casuística de los fenómenos paranormales, como son las parafonías y las psicoimágenes, los postulados espíritas. Así mismo promover el interés por los estudios de la Psicología Transpersonal, desarrollada entre otros prestigiosos psicólogos, por Stanislav Grof y el pensamiento junguiano, que nos sirven de herramientas para explorar mediante la introspección nuestro más íntimo yo, ese huéped desconcido, como le llamó alguna vez Maurice Maeterlinck. Esta es en una apretada síntesis la razón del por qué se hizo necesario abrir un nuevo blog dedicado al tema del Espiritismo. René Dayre Abella ![]() |